Acompañamiento educativo
Por Fernando Martel Cama
Delegado de formación e identidad (La Salle)
¿Me acompañas? Podría ser una pregunta corriente entre dos personas que se conocen, se quieren y mantienen algún vínculo. En los últimos tiempos, en el ámbito religioso, nos hemos apropiado de ella, y la vamos dotando de la hondura y profundidad de la que carece. Los que estamos inmersos en la escuela percibimos la preocupación existente, el interés y el entusiasmo por desarrollar planes de acompañamiento, pero, a la vez, reconocemos cierto desconcierto y complejidad a la hora de aterrizar.
Si miramos atrás, con mayor o menor acierto y según las circunstancias históricas y el contexto eclesial, siempre hemos tenido una intuición sobre la necesidad de acompañar, de caminar junto a otro o de confrontar la vida con alguien. Lo que es evidente es que, en estos momentos, el acompañamiento está siendo clave en procesos de crecimiento de las personas, que la pastoral educativa tiene por delante un desafío por des- cubrir, que el acompañamiento pastoral debe ser una apuesta institucional desde el carisma y que la escuela necesita un proyecto de acompaña- miento pastoral. Y estamos en ello. Nos encontramos diferentes modelos de acompañamiento, pero el denominador común en todos ellos es que, en el centro, se sitúa a la persona. Situar a esta en su realidad concreta, en su contexto vital, siendo capaz de mirar atrás; buscar la autenticidad de la persona, el sentido a la vida, la madurez, lo trascendente; ser capaz de ayudar a la persona en su crecimiento y con su proceso personalizado: todo eso es acompañar.
La vida de cada día es el contenido principal en el acompañamiento, pues la vida es la que necesita ser iluminada y transformada. La labor del acompañante puede compararse con la que realiza el agricultor al sembrar en el campo, pero sin olvidar que todo encuentro siempre tiene algo de misterio y que la relación que se establece no es de propiedad. El acompañante ilumina los signos, se pone al servicio del que se confía en sus manos, para luego dejarlo ir. Esta ayuda consiste en iluminar preguntas, dolores y encrucijadas desde una perspectiva distinta que comprende la naturaleza humana, y saber sugerir, dentro de la limitación humana, lo más apropiado.
Camino de Emaús
No podría acabar estas palabras sin una referencia a la Palabra. Siempre que hablamos de acompañamiento, asoma el relato lucano “Camino de Emaús” (Lc 24,13-35). Podemos hacer muchas lecturas del texto, pero acercarnos a la tarea del acompañamiento como un camino de crecimiento en el seguimiento de Jesús (quien, a través de la experiencia de estos discípulos, nos volverá a interpelar en nuestro camino) es una lectura necesaria para situarnos como punto de partida. En diferentes pasajes, será Jesús quien nos marca un estilo de acompañamiento: respeto a la libertad, marchar con el otro, pedagogía de la paciencia, reconciliación o experiencia de Dios son algunos rasgos identitarios de esa forma de “acompañar”.
A ti, amigo educador, te invito a vivir tu propio camino de Emaús, a salir al encuentro para luego regresar a Jerusalén; allí, compartir experiencia y, luego, volver a salir a otros caminos de Emaús para llevar a Jesús al encuentro de nuevos caminantes. Insisto: ¿me acompañas?