De lemas y campañas
Donde se vuelve sobre una de las propuestas que se suelen poner en juego en muchos centros educativos con el fin de despertar determinadas sensibilidades en nuestros alumnos
La práctica de plantear campañas en los centros educativos destinadas a transmitir valores y sensibilidades en nuestros alumnos no es nueva. Algunas de ellas, como la campaña contra el hambre, el día de la paz o, en ambientes más confesionales, el mismo Domund, están presentes en nuestras planificaciones anuales de manera recurrente. El esquema se repite. El centro es especialmente sensible hacia determinados valores o vibra de manera especial frente a las múltiples necesidades de nuestro mundo, ya sea este cercano o lejano. Por otro lado, los centros educativos se ven literalmente invadidos por iniciativas parecidas provenientes de una gran cantidad de instituciones públicas, privadas o, incluso, empresariales. En algunas redes de colegios católicos se ha instalado la iniciativa de presentar cada año un lema educativo que debería colorear toda la vida del colegio a lo largo del año. Tengo para mí que esta metodología responde más a una mentalidad de medios de comunicación (galaxia McLuhan) que a la sensibilidad actual. Por otro lado, este tipo de iniciativas suele plantearse bajo el paradigma de arriba-abajo (un grupo de educadores creativos y comprometidos imaginan toda una secuencia de actividades en torno al lema que serán trasladadas a los alumnos con la esperanza de que vibren ante ellas). Como suele ocurrir, este tipo de iniciativas arraigan más en los niveles de Primaria, pero pierden fuerza conforme van avanzando los cursos hasta limitarse a una presencia casi testimonial en Bachillerato. La campaña y el despliegue del tema están perfectamente planificados cuando el curso da comienzo. A los alumnos les queda motivarse, entusiasmarse e incorporar tal o cual sensibilidad a su propia manera de ser y vivir.
Pero mis inquietudes sobre la idoneidad de este tipo de instrumento no se basa solo en el escaso impacto que, a mi modo de ver, produce en nuestros alumnos si analizamos la inversión que suponen de recursos humanos, incluso económicos, y la comparamos con los resultados. Mi cuestionamiento nace de una constatación que invito a considerar: el divorcio de las intenciones educativas de lemas y campañas con el currículo. Puede darse el caso de que determinada campaña intente sensibilizar a los alumnos sobre el hambre en el mundo y que, a continuación, tengan un examen sobre la geografía física y política de África. Muchas de esas campañas intentan mostrar a los alumnos un determinado aspecto sangrante de nuestro mundo y, para ello, se trae esa realidad al aula por medio de datos, noticias de prensa o testimonios. ¿De verdad nuestro planteamiento curricular tiene como objetivo primordial “traer la realidad del mundo roto” en el que vivimos para, por medio de las diferentes áreas, llevar a nuestros alumnos a una comprensión del mismo que les abra a una integración crítica y proactiva? Nos olvidamos de que el currículo es un instrumento, no un fin en sí mismo, y que su objetivo primordial es traer al aula esa parte de la realidad. Sigo pensando que nos falta una relectura y apropiación poderosa del currículo desde esta perspectiva, muy especialmente en toda la etapa obligatoria. Necesitamos romper con el mito de un currículo rígido y necesario en el que tantas veces nos refugiamos con el fin de no problematizar en exceso nuestra tarea como profesores educadores.
Una propuesta sobre los lemas y las campañas. Antes de invertir tanto tiempo en su elaboración y programación, convoquemos al profesorado al análisis compartido de esa determinada falencia de nuestro mundo sobre la que queremos sensibilizar a nuestros alumnos. El siguiente paso es muy sencillo: cada uno de los profesores debe definir, a partir de ese análisis elaborado entre todos, cómo desde su dinámica curricular va a colaborar activamente en ese proceso educativo. Necesitamos aunar intenciones educativas éticas con el currículo. El divorcio entre ambos mundos es una de las mayores incongruencias de la escuela, por cierto, muy bien percibida por nuestros alumnos con esa maravillosa sensibilidad que tienen para captar aquello que de verdad la escuela quiere de ellos. Ese es el auténtico camino de la educación integral.