La cuestión es cómo convertir este confinamiento en un retiro. Lo primero es algo decidido por otros; el retiro es una decisión personal. Se nos ha confinado, obligándonos a quedarnos en casa. Podemos no solo quedarnos en casa, sino entrar en ella. ¿Cómo entrar dentro de mí mismo? Conéctate con el espacio (el cuerpo biológico y el social) y con el tiempo (aquí y ahora). Si vives conscientemente el cuerpo y el presente, te encontrarás. Y, solo cuando te encuentres, encontrarás también eso que los creyentes llamamos Dios.
Dado lo mucho que nos cuesta parar, hemos de programar en cada jornada momentos de conexión específicos. Os propongo estas siete conexiones: la meditación, el cuerpo, el trabajo manual, la lectura, el diálogo, el rito y la conexión nocturna o final. Diré una palabra sobre cada uno.
La conexión meditativa es la esencial. Os invito a que nos sentemos en silencio y quietud cada día no menos de veinticinco minutos. De esta conexión dependerá la calidad espiritual de las demás.
La conexión corporal. Conviene moverse, estirar los músculos, tonificarse. Tenemos el cuerpo muy agarrotado y hay que aprender a relajarlo: bailar, jugar, saltar. Parte de nuestra desdicha se cifra en que nos movemos poco.
La conexión manual. Trabajar con las manos relaja la mente. En casa suele haber multitud de trabajos pendientes. Todos estos quehaceres pueden convertirse, a condición de que los hagamos despacio, en auténticos ejercicios espirituales. No hagas nada de forma automática. La conexión mental es el contrapunto de la anterior, puesto que también la cabeza debe ejercitarse. Fundamentalmente a través de la lectura, pero también, por ejemplo, de la escucha de una conferencia o la escritura de un diario.
La conexión cordial apunta a la relación con los seres queridos, pero también con las personas necesitadas. Todos los días media hora para hablar con mi pareja, jugar con mis niños, llamar a un enfermo. El otro eres tú, aunque aún no lo sepas. No hay otro: todos somos uno; para saberlo sirve el diálogo.
Todo lo anterior no se lleva a plenitud si no se celebra, ofrece y comparte. La celebración no es un lujo: es una necesidad. Compartir celebrativamente lo que vamos descubriendo en nuestro trabajo interior es fundamental. Esta conexión ritual quiere poner a Dios en el centro. Recordamos, así, que podemos cultivar la tierra cuanto nos dé la gana, pero que la lluvia y el sol dependen de él. Esta práctica nos hace estructuralmente humildes. Para quien tiene verdadera sed de Dios, todo puede convertirse en un ritual.
La última conexión propone revisar el día y agradecerlo. También bendecir a todos, incluso a los enemigos. Es bueno dormirse bendiciendo y agradeciendo, rindiéndolos al regalo inconmensurable que es un simple día. Solemos pensar que somos agradecidos cuando la vida nos va bien, pero es exactamente al contrario: la vida nos va bien cuando somos agradecidos.
No se trata de hacer ninguna de estas actividades durante mucho tiempo, sino precisamente durante poco tiempo, para que el alma no se canse y la atención no se relaje. No idolatramos el trabajo, pero tampoco las relaciones sociales o el cuerpo. Todo un poco. Una serie ordenada de pocos hace un todo armónico. Poniendo en práctica estos modestos ejercicios, de esta pandemia podemos salir internamente robustecidos.