“Dios te puso a prueba” (Dt 8,2)
La marcha por el desierto puede considerarse como un tiempo de prueba en el que Dios corrige y educa a su pueblo, Israel. “Allí, él te afligió y te puso a prueba, para conocer el fondo de tu corazón” (Dt 8,2).
Con la dureza de las pruebas del camino, Israel va madurando como pueblo y conociendo la voluntad de Dios. Experimenta el hambre y la sed para comprender que “la persona no vive solo de pan sino de la boca de Dios” (Dt 8,3). Con la dependencia diaria de Dios que le daba el maná, Israel aprende que la vida plena está en guardar la alianza con Dios. La prueba es un suceso que acontece en la vida de una persona o una comunidad de modo sorprendente y que lo desestabiliza; es decir, le rompe las seguridades básicas. Los cuarenta años de camino por el desierto son una dura prueba para Israel, sobre todo, cuando no ve claro el horizonte final. Los israelitas se cansan pronto, se sienten engañados y murmuran contra Moisés. Quieren volver a Egipto a recuperar la falsa seguridad que tenían siendo esclavos. A pesar de todo, Israel supera la prueba del tiempo. No solo entra en la tierra prometida, sino que ha adquirido una identidad como nación. El tiempo en el desierto les ha dado un sólido fundamento.
Junto con las pruebas, la ley también tiene el poder de educar: “Del cielo te hizo oír su voz para instruirte” (Dt 4,36); para reconocer que Dios ama a su pueblo y quiere darle “felicidad y vida larga” (Dt 4,40). Las pruebas no son una maldición que Dios manda sino una oportunidad y un desafío que puede superarse si el pueblo de Israel se guarda los mandamientos. Son el modo que Dios tiene de educar: “Te corregía como una madre corrige a su hijo” (Dt 8,2). En la tradición bíblica, las pruebas se entienden como correcciones que Dios hace a su pueblo para que pueda caminar por el camino recto de los mandamientos y sea próspero y feliz.
A lo largo de la vida, vivimos acontecimientos que aparecen sin haberlos planificado. Muchos de ellos son verdaderas pruebas que examinan la paciencia, activan la capacidad creativa y estimulan el espíritu de superación de cada uno. Hay muchas situaciones vitales (acontecimientos) que muestran la fragilidad y vulnerabilidad de la condición humana: la experiencia de sufrimiento por la muerte de un ser querido, la sensación de soledad frente a un problema, el dolor producido por una enfermedad, la humillación vivida por una injusticia, la frustración producida en una relación fallida, el fracaso en un trabajo difícil, el vacío producido por una crisis existencial. En definitiva, la vida es un camino lleno de pruebas que han de afrontarse sin miedos y con valentía.
La experiencia del sufrimiento es una gran escuela de vida siempre que se le encuentre un sentido; es decir, que se vea como una prueba o una corrección. Así lo expresa el Viktor Frankl, reflexionando sobre su experiencia en el campo de concentración: “El ser humano está dispuesto incluso a sufrir a condición de que este sufrimiento tenga un sentido”. Con cada prueba superada, la persona aprende: purifica sus emociones, fortalece la voluntad y mejora su conducta. La prueba hace a las personas más íntegras y fuertes ante cualquier peligro o dificultad.
Educar en la dificultad
Los sistemas educativos andan muy ocupados en capacitar a los alumnos para el éxito en la vida: que consigan un buen empleo y que tengan una vida segura y saludable. Pero olvidan que la vida feliz no depende solo de la seguridad en el trabajo, de la salud y de los afectos. Hay que recordar a los niños que se encontrarán muchas dificultades a lo largo de su vida, que van a tener frustraciones, que conocerán de cerca el sufrimiento y la muerte y que van a experimentar la propia fragilidad. Los educadores han de estar muy atentos para ayudar a sus discípulos a dar sentido a los acontecimientos que viven; sobre todo, si son experiencias difíciles de procesar. Pueden ser la ocasión para que crezcan en humanidad. La imagen del paso por el desierto enseña que la verdadera educación requiere tiempo de experiencia, superar muchas pruebas y capacidad de escucha.