Educar para acoger
Con el pacto educativo global, el papa Francisco nos invita a asumir el compromiso de “educar y educarnos para acoger”. Si en la escuela católica no nos abrimos a ello, se pierde la esencia de nuestra razón de ser.
Unos días atrás, me tocó participar del festejo por el sexagésimo aniversario de un colegio parroquial de mi diócesis. La celebración consistió en una misa a la que asistimos presencialmente unos pocos y a la que el resto de la comunidad pudo acceder a través de las redes sociales. Aprovechando la virtualidad, se hicieron presentes, por medio de mensajes grabados, personas que habían pasado por la institución y que compartieron su testimonio. Y, mientras los escuchaba, me di cuenta que había un denominador común: todos hablaban del colegio como su casa. Esta vivencia compartida está entre las actitudes que el papa Francisco busca que se promuevan a través de su iniciativa del pacto educativo global. Dentro de los compromisos que nos invita a asumir, se encuentra el de “educar y educarnos para acoger, abriéndonos a los más vulnerables y marginados”.
El verbo “acoger” está presente en el magisterio de Francisco en numerosas oportunidades. En el videomensaje del evento del quince de octubre, aparece en dos ocasiones más poniéndolo como una nota fundamental que tiene que tener la educación. El ejemplo más reciente lo encontramos en la Fratelli tutti, en la que la acción de acoger o las palabras derivadas de esta se repiten diecinueve veces. También aparece bajo la forma de hospedar o de hospitalidad. Este potente mensaje del Papa resuena en un mundo en el que crecen los muros que nos dividen, en el que el extranjero es un potencial enemigo, en el que las diferencias nos separan, en el que el individualismo nos hace olvidar de las necesidades de los otros. Es por esto que se hace necesario educar y educarnos para acoger, porque necesitamos reflexionar e ir aprendiendo sobre el modo de hacerlo. Y más allá de las distintas propuestas pedagógicas que podamos desarrollar para lograrlo, creo que la receta la tenemos a la mano, y no es más que predicar con la palabra y con el ejemplo.
La casa de la hospitalidad
Hay una característica muy positiva de muchas escuelas católicas que se expresa en la generación de ambientes que acojan y hagan sentir a los que transitan por ella que son parte importante de una comunidad. Pero, desde este punto de partida, se presentan algunos desafíos, dentro de los cuales hay dos que me parecen más urgentes. El primero tiene que ver con la apertura que nos pide el Papa que tengamos con los más vulnerables y marginados. Si en la educación católica no nos abrimos a ellos, no tiene mucho sentido que tengamos obras educativas. Es un desafío que nos interpela tanto a la hora de pensar los lugares para llevar adelante la misión educadora de la Iglesia como al momento de revisar los proyectos educativos. La otra dimensión de acoger que se presenta como un reto tiene que ver con el lugar que tiene el que piensa diferente. Sabemos que los que eligen nuestras instituciones educativas no lo hacen necesariamente por su adhesión a la fe, por lo que habrá miradas diferentes sobre muchos temas dentro de la misma escuela. En este marco, la misión evangelizadora tendrá que hacerse de modo tal que todos se sientan acogidos y escuchados.
Francisco, en su visita a Paraguay en 2015, nos hablaba con mucha claridad sobre cómo llevar adelante estos desafíos: “Cuántas veces pensamos la misión en base a proyectos o programas. Cuántas veces imaginamos la evangelización en torno a miles de estrategias, tácticas, maniobras, artimañas, buscando que las personas se conviertan en base a nuestros argumentos. Hoy, el Señor nos lo dice muy claramente: en la lógica del Evangelio no se convence con los argumentos, con las estrategias, con las tácticas, sino simplemente aprendiendo a alojar, a hospedar. La Iglesia es madre de corazón abierto que sabe acoger, recibir, especialmente a quien tiene necesidad de mayor cuidado. La Iglesia, como la quería Jesús, es la casa de la hospitalidad. Y cuánto bien podemos hacer si nos animamos a aprender este lenguaje de la hospitalidad, este lenguaje de recibir, de acoger. Cuántas heridas, cuánta desesperanza se puede curar en un hogar donde uno se pueda sentir recibido. Para eso, hay que tener las puertas abiertas, sobre todo las puertas del corazón”.