Hospitalidad
Publicado en el número 339 de la versión en papel. Abril de 2020
A poco que te adentres en las varias formulaciones y exégesis de las “obras de misericordia”, te das sorpresas morrocotudas que ponen en cuestión nuestra cómoda sociedad. ”Dar posada (u hospedaje) al peregrino”, reza la versión tradicional de una de ellas. Peregrinos ahora apenas los hay y caminantes solo los de Compostela, que, por fortuna, encuentran el Camino jalonado de acogedores albergues. Las que en las parroquias se publicitan como “peregrinaciones a los santos lugares” las organizan agencias de viajes en paquetes turístico-piadosos que incluyen el avión, traslados en autocar y hoteles de tres o cuatro estrellas. No parece ir con ellos la “obra” en su habitual versión, que hasta ahí nada cuestiona. Pero, con solo ensanchar un poco esa versión (“dar techo a quienes van de camino”), se abren situaciones de vértigo: la de quienes están de paso tratando de llegar a algún lugar mejor que aquel del cual huyen, un lugar donde encuentren trabajo; los sin techo que no tienen ni trabajo ni lugar a donde ir. La obra misericordiosa, empática o de solidaridad, se amplía vertiginosamente entonces y se convierte en “dar albergue al necesitado”. Hay todavía otra versión más atrevida, verdaderamente audaz, que consta en una página de internet: “acoger al extranjero”, o sea, al emigrante.
¿Cómo contar todo eso a jóvenes y a niños? ¿Qué pueden hacer ellos al respecto? ¿Y los ciudadanos, los maestros? Todo eso rebasa las posibilidades de los individuos, que solo ocasionalmente podrán atender las exigencias de la solidaridad con los refugiados e inmigrantes, con los sin techo. En la escuela, habrá que crear “opinión pública”: razonar que la lógica de unas obras que no son de misericordia-compasión conduce a reclamar acciones responsables en las instituciones, en los gobiernos.