La memoria nos cura
No podemos construir una democracia con buenos fundamentos a partir de una convivencia desmemoriada. La reconstrucción de la memoria es reparadora, nunca hemos de temer la verdad.
Navidades de 2019: escucho en una sala de conciertos barcelonesa un Oratorio de Bach; a esa hora exactamente han muerto, están muriendo o morirán algunas personas que intentan cruzar el Mediterráneo, el mayor cementerio del mundo, ¿soy un mitläufer? Primeros años 80, nieva intensamente al sur de Madrid; el antiguo asilo del siglo XVII, con una bella fachada en piedra y ladrillo, amenaza derrumbarse; inician la demolición, acudo a la que parece máxima autoridad académica del lugar, intentando evitar el desaguisado. El ayuntamiento sigue con el derribo, que termina en pocas horas. Al cabo de unos días, aleros y gárgolas aparecen en la casa de campo de un concejal del gobierno municipal, ¿soy un mitläufer? Pasamos veinticuatro horas en el tren que lleva de Sevilla a Barcelona, son los primeros años 60; unos lo llaman “el sevillano”, otros “el catalán”. En el pasillo, viaja de pie una madre recién parida, con maleta de cartón y un niño que llora; otra madre oye el llanto e intenta que la otra mujer se acomode en un departamento doble del
coche cama; no puede ser, ¿soy un mitläufer?
Algo enfermizo ocurre cuando nos queremos desmemoriados y algo liberador brota cuando afrontamos todos nuestros pasados. Después de leer Los amnésicos. Historia de una familia europea (Tusquets, Barcelona 2019), escrita por la franco-alemana Géraldine Schwarz, he llegado a esta doble convicción: no podemos construir una democracia con buenos fundamentos a partir de una convivencia desmemoriada, elusiva, ingenua; la reconstrucción de la memoria es reparadora, restauradora, terapéutica, por lo que, aunque algunas memorias particulares nos puedan perturbar, nos incomoden o prefiramos ignorarlas, nunca hemos de temer la verdad. El olvido es un libro lleno de memoria. Es cierto que reparar la memoria conlleva olvidos pactados, olvidos necesarios, nunca impuestos. Nadie puede imponérselos a los demás, solo a uno mismo si sirven a la función terapéutica del recuerdo y del olvido.
La desmemoria ampara a menudo la tentación, que siempre nos persigue, de la ingenua inocencia (no la
lúcida, la llamada “segunda inocencia”, que es tan necesaria) y que puede predisponernos a ser irresponsables. Ni todos inocentes ni todos culpables, sino “todos responsables de todo”. Memoria y responsabilidad van tan unidas como irresponsabildiad y tentación de inocencia. Con tenacidad, la memoria “se adapta” (pág. 254). “¿Qué habría hecho yo en su lugar?”, se pregunta Schwarz, nos podremos preguntar siempre. Un oficial alemán en Auschwitz recuerda el letrero en su escritorio: “La empatía es una debilidad” (pág. 141). Pero nuestro Dios, el Padre de Jesús, el Espíritu de comunión, es empático, se ha hecho uno de tantos en todo (menos en el pecado: así lo recitamos y creemos). Ese es nuestro camino: él lo ha recorrido; nosotros lo tenemos abierto. El trabajo de memoria, conjunto con otros, nos puede ayudar a ese reconocimiento empático y a esa justicia que restaura.
Sanar la memoria
La memoria requiere lucidez, discernimiento, honradez, valentía: “De la tolerancia del crimen a la participación solo había un paso que, sin embargo, era posible no dar” (pág. 230). Puedo preguntarme: ¿qué habría hecho yo en ese lugar? Los educadores, los profesores de religión en la escuela, no lo tienen fácil, pero si no se parte de la escucha empática de la verdad del otro es muy difícil sanar la memoria. La sociedad española, europea, está travesada de desmemorias: hay mucho olvido de la guerra incivil, de las guerras europeas, de la shoah, de dónde estaba cada uno. La niña preguntó varias veces a su madre: “Mamá, ¿qué es ese signo que lleva ese señor?” [una estrella amarilla cosida]; la madre eludió la respuesta: “No tiene importancia” (pág. 204). “Quizá, si la población francesa hubiera reaccionado desde el principio ante las persecuciones contra los judíos, no habría llegado a ser cómplice de asesinatos en masa” (pág.
219). La pregunta de la niña sí importaba.