Mons. Alfonso Carrasco Rouco
Mons. Alfonso Carrasco Rouco es, desde el 3 de Marzo, Presidente de la Comisión Episcopal para la Educación y Cultura. Pocos días después, el domingo 15 de marzo a las 0:00 h, con la publicación en el BOE comenzaba oficialmente el confinamiento. En la agenda de la educación en España se acumulaban asuntos de calado en los que el papel y la acción de la Conferencia Episcopal era fundamental.
Presidir la comisión en un momento así habrá supuesto una complicación añadida para hacerse cargo de las cuestiones que afectan a la comisión: conocer a los delegados, mantener comunicación con los representantes de las instituciones educativas de la escuela católica, con el Ministerio, etc ¿Un inicio complicado, verdad?
Ciertamente, las cuestiones de las que es responsable nuestra Comisión son muchas e importantes, y añaden tarea al ministerio episcopal en la propia Diócesis. Las asumo con ánimo, confiado en la Providencia y en los hermanos, que me lo han encargado; porque, al final, se refieren a parte esencial del bien de la Iglesia y de la sociedad.
Por lo pronto, esta misión ha significado un multiplicarse de los contactos, aunque haya sido por vía telemática, con muchas personas y realidades llenas de vida, relacionadas con el mundo de la educación. Eso ha significado ya un enriquecimiento grande para mí, que agradezco.
El inicio puede decirse complicado, también por el desafío que significa la tramitación en curso de la nueva Ley de educación. Pero es también apasionante y rico de enseñanzas para mí como obispo.
Las instituciones asistenciales y caritativas de la Iglesia se han convertido en uno de los pilares que han contribuido a hacer frente a un momento tan crítico como este, ¿qué destacaría especialmente?
Destacaría sin duda, en primer lugar, la cercanía de tantas parroquias a sus fieles y a todos los que lo pudiesen necesitar. La labor asistencial ha sido importantísima, en las Caritas parroquiales, en las obras de los institutos de vida consagrada y en otras organizaciones. Pero a la base ha estado siempre la voluntad de permanecer unidos como comunidad eclesial, de vivir juntos las dificultades de este tiempo de pandemia, de guardar la fe en Dios y apoyarnos en ella en los momentos de sufrimiento y de soledad. La fe en Dios Padre, en nuestro Señor, ha sido decisiva en la experiencia cotidiana de esta cuarentena, animando la caridad fraterna y dando esperanza de victoria ante la muerte.
¿Cuál ha sido, en su opinión, lo más destacado de la respuesta de la comunidad educativa a la crisis del covid-19? ¿Qué retos se abren a la enseñanza religiosa escolar después de esta experiencia?
Lo más destacado me ha parecido la entrega de la comunidad educativa a sus alumnos, con todos los medios disponibles, poniendo en juego el tiempo y las energías de cada uno. Ha sido muy visible el esfuerzo por garantizar el desarrollo de las tareas educativas con los nuevos medios informáticos; pero también el seguimiento y la preocupación por cada alumno.
También la “enseñanza religiosa escolar” ha ido por estos caminos, para lo que muchos disponían ya de diversos recursos pedagógicos. El reto me parece aquí también el de una relación auténtica con el alumno, en la que se pueda percibir todo el sentido de la asignatura.
A pesar de las dificultades, el Gobierno, aunque ha prorrogado unos días los plazos parlamentarios, no ha parado el trámite el de la Ley. ¿Significa, en su opinión, que el Ministerio da por cerrada la puerta a un pacto escolar?
No parar los trámites de la Ley en estas circunstancias excepcionales ciertamente significa no tomar en consideración la posibilidad de un pacto escolar. Porque no se da espacio a la participación de muchos de los protagonistas del mundo de la escuela, ni a un diálogo real con ellos. No se facilita así que la sociedad tenga conciencia clara y asuma las grandes decisiones educativas que la afectarán luego profundamente.
Se corre el riesgo de que, al mostrarse críticos con el contenido de la nueva ley educativa, se quiera instrumentalizar a la Iglesia para presentarla ante la opinión pública como un adversario político. ¿Es posible evitar este extremo? ¿Se debe extremar el cuidado del lenguaje, de la comunicación y del argumentario? ¿Se juega todo en el ‘cómo decir’?
Las aportaciones de la Iglesia al debate en curso sobre la nueva Ley no están destinadas a favorecer ninguna posición política. De hecho, parten del supuesto que todos los grandes partidos comparten la defensa de la libertad de enseñanza, de la libertad religiosa, de los derechos de los ciudadanos, de la familia, de los padres y los hijos. Creemos que estas afirmaciones fundamentales pueden ser la base para un pacto escolar, que quite la educación del campo de las luchas políticas. Todos podemos concordar en su importancia fundamental, en primer lugar para niños y jóvenes, y en la conveniencia de no instrumentalizar la educación de modo partidista.
Como el debate puede ser apasionado, conviene cuidar las formas y el lenguaje. El modo de hacer las cosas importa mucho, buscando siempre hacer ver con claridad cuáles son los grandes bienes de la persona que están en juego en el debate sobre la escuela.
¿No resulta paradójico que se dibuje a la escuela concertada como una privilegiada cuando supone, además de un ahorro notable para las arcas públicas, una garantía de pluralidad para hacer realidad el derecho a la libertad educativa que consagra la Constitución y, en muchos barrios, una presencia transformadora y comprometida?
Ciertamente es paradójico presentar a la escuela concertada como privilegiada. Al contrario, aporta grandes bienes a la sociedad, no sólo de ahorro financiero, sino sobre todo de promoción de la libertad educativa, en respuesta a la demanda de las familias, y de compromiso con las necesidades sociales. Se habla de privilegio, a veces, por los gastos que puede suponer a los padres, debidos precisamente a la forma en que el Estado plantea los conciertos.
Lo lógico sería que se ofreciese la gratuidad de la enseñanza a todos, con la libertad de poder escoger el ámbito educativo preferido por los padres, en el marco de la Constitución. De este modo sí lucharía el Estado contra toda posible sombra de “privilegio” en la escuela, haciéndola accesible a todos en plena libertad.
¿Estamos a tiempo de acordar con el Ministerio la regulación de la enseñanza religiosa escolar y algunos aspectos que, como ha subrayado Escuelas Católicas, amenazan la libertad de enseñanza?
Disponemos del tiempo que ofrece el periodo de tramitación de la Ley, en el que es posible y deseable el diálogo, en el Parlamento y en la sociedad. Nos gustaría que la nueva Ley no significase una disminución de la libertad de enseñanza, y concretamente en relación con la “enseñanza religiosa escolar” o con las escuelas concertadas o de iniciativa social.
La LOMLOE subraya, entre otros como ejes transversales de la Ley los objetivos de desarrollo sostenible, la educación para la ciudadanía mundial, la co-educación. Además sugiere un modelo más competencial de la enseñanza. ¿Será necesario repensar el encaje curricular de la ERE en el sistema educativo?
Los ejes transversales mencionados hacen referencia de un modo u otro al crecimiento en la responsabilidad personal, con respecto a la naturaleza, en las relaciones personales y entre los pueblos. Este es precisamente el ámbito del currículo en que encaja la ERE en el sistema educativo.
La ERE es esencial, indispensable, en la formación de la propia responsabilidad como persona, a través del estudio de los propias convicciones y valores morales y religiosos. El conocimiento adecuado y la comprensión razonable de estos horizontes propiamente humanos es imprescindible para la formación de un sujeto adulto y responsable.
La carrera profesional docente es otro de los pilares de la LOMLOE que puede condicionar la propuesta de candidatos de cada Confesión religiosa a la administración para impartir las clases de Religión en el sistema educativo, ¿formará parte de lo negociable con el Ministerio? ¿se puede ir avanzando en una solución que permita a las confesiones religiosas proponer candidatos que mantengan los requisitos de idoneidad y los requisitos de la administración?
Este es, sin duda, otro de los grandes campos en que es necesario el diálogo con la Administración correspondiente y con el Ministerio. Sabemos que los requisitos académicos, necesarios para el trabajo propio del mundo escolar, y la idoneidad necesaria para el desempeño de la tarea específica, no están en contradicción; pero que, en cambio, resulta a veces difícil conjuntarlos adecuadamente.
No se discuten los requisitos académicos, ni la necesaria carrera profesional de los profesores; no debe discutirse tampoco la necesaria idoneidad, que está al servicio de los alumnos que han de recibir la enseñanza.
La búsqueda de la mejor solución es una parte importante de nuestras relaciones con la Administración y el Ministerio.
Otro de los grandes asuntos ha sido la propuesta del papa Francisco de convocar un Pacto Educativo Global por la educación. Aunque el acto de apertura se ha pospuesto y se celebrará telemáticamente el 15 de octubre en Roma, ¿qué retos supone para Comisión de Enseñanza, para los católicos (padres, profesores, alumnos)?
El “Pacto educativo global” nos recuerda a todos en primer lugar que la educación no debe estar sometida al juego de los intereses partidistas, que el horizonte adecuado para el desarrollo de nuestra sociedad es el de un “pacto escolar”.
En segundo lugar, subraya la existencia de aspectos y dimensiones fundamentales que son globales, transversales a los planteamientos culturales de los diferentes pueblos. Es importante incidir en ello, para preparar un futuro de paz, que inicia ya en la educación.
Entre estos grandes ejes están en lugar destacado los relacionados con la educación de la persona, de su responsabilidad moral ante sí mismo, el prójimo, la sociedad y la naturaleza misma. Ello no podrá desarrollarse en un “pacto global” sin respetar la identidad de pueblos y culturas, la de aquella en que nace y crece el alumno y en la que ha de ser introducido razonablemente, para llegar a ser consciente de sí y a la vez capaz de diálogo con otros.
Es un reto grande también para nosotros, sea porque a veces tendemos a una versión simplificada de la educación como transmisión de conocimientos técnicos, sea por la dificultad de dar su lugar educativo propio al estudio y la comprensión de la identidad moral y religiosa en la que nacen los alumnos.
Muchas diócesis van a cerrar el curso escolar sin la posibilidad del encuentro final y la escuela va despedir, telemáticamente, a sus alumnos hasta el septiembre del curso que viene, ¿qué mensaje le gustaría transmitir a la comunidad educativa?
Las circunstancias que hemos vivido, tan novedosas y difíciles, nos han hecho descubrir mejor que la comunidad educativa es un bien muy grande, insustituible en la vida de niños y jóvenes. Que la educación es una expresión importantísima del afecto verdadero, de alguien que quiere el bien del alumno. Y que nuestra sociedad no sería la misma sin la presencia de este testimonio dado por las comunidades educativas.
La grandeza de esta misión explica la constancia en el compromiso, la entrega por los alumnos, el esfuerzo por preparar las próximas tareas, la voluntad de defender la libertad de la escuela.
El próximo curso tendrá sus retos; pero los afrontaremos sin miedo. Aunque las formas telemáticas jueguen un papel mayor que hasta ahora, no se podrá sustituir la relación educativa, en la que el alumno descubre una pasión por el bien de su persona que lo hace crecer en el uso de la razón, de la libertad, de la responsabilidad ante el prójimo y la sociedad.