Tierra nueva
Nos cabe ser “siempre tierra nueva, hendida por el arado”, como Novalín según Villoslada; o ensimismarnos en el presentimiento de “que tras la noche vendrá la noche más larga” (Aute) y como parece un año después.
Hará un año el día veintisiete, en plena noche de la COVID-19, de la muerte de José Luis González Novalín. Encarnó la “finezza” vaticana que aunque tenga concomitancias con la diplomacia es otra cosa. Sin dejar nunca Asturias, estuvo en Roma, y fuera de ella, dedicado “a la sede de Pedro como la más señalada de sus lealtades”. Fue parte y protagonista del “histórico linaje de los españoles en Roma” que “ejerció durante siglos el eclesial servicio de facilitar las relaciones de comunión entre la Santa Sede y las iglesias de las naciones acreditadas ante ella”. Dedicado a la historia medieval y moderna, “sin embargo, en donde siempre pareció que tenía realmente puesto el corazón era en la historia antigua, en las fuentes documentales, arqueológicas y epigráficas del cristianismo primitivo y en los escritos de los santos padres de la Iglesia”. “Vibraba con estos temas”, recordó Jorge Fernández Sangrador.
Merece la pena recordar en este sentido, y recomendar, su no muy conocida Historia de la Iglesia antigua para el Manual del ITAD editado en Burgos a mediados de los ochenta por su Facultad de Teología. Allí dio clases además de, sobre todo, en el Seminario Metropolitano de Oviedo. El vicario general de aquella diócesis mencionó en sus exequias lo mucho que “agradaba a González Novalín el papa Juan Pablo I porque «en sus didácticas catequesis» se desenvolvía muy bien manejando los santos padres porque había asimilado su teología”. Y terminó su homilía dando “satisfacción” a un deseo de José Luis González Novalín, que no era otro que en su funeral se diera lectura a la carta de san Ignacio de Antioquía a los romanos, en la que hablaba de su próximo martirio: “De mi propio albedrío, muero por Dios […] y así cuando pase a morir, no seré una carga para nadie […]. Entonces seré discípulo de Cristo”.
Pero además de su interés por otras épocas, González Novalín fue un especialista en lo que en la Gregoriana llaman “Edad Nueva”. Desde su tesis doctoral pasando por sus dos líneas de investigación: “Religiosidad y reforma del pueblo cristiano” y “La Inquisición española”, como puso de manifiesto en La Iglesia en la España de los siglos XV y XVI de la Historia de la Iglesia en España (Biblioteca de Autores Cristianos, 1979). Siempre sacerdote, desde 1952 pertenece a la importante cosecha sacerdotal del Congreso Eucarístico Internacional de Barcelona de aquel año. Fue rector del Centro Español de Estudios Eclesiásticos y de la iglesia española de Santiago y Montserrat en Roma desde 1998 hasta 2010, había sido vicerrector desde 1974, año de su traslado a Roma. Esta institución se dedica fundamentalmente a la formación especializada mediante su Centro Español de Estudios Eclesiásticos, dependiendo de la Conferencia Episcopal Española y de la embajada de España.
La Edad Nueva
La redacción de La Vanguardia sometía a “El debate de los lectores” El misterioso final de la Edad Contemporánea hace diez años, ocho después de la publicación del escrito titulado “La Edad Contemporánea”. Su autor, Hernández Cardona, abogaba por renombrar nuestra era, al considerar que ya no estábamos en ella. Situaba hacia 1998 unos cambios radicales que justificarían una nueva edad sin saber cuál debería ser su nombre más apropiado. ¿Cuándo se dará por finalizada la Edad Contemporánea? Pregunta parecida debió hacerse Novalín respecto a la Edad Media. Su respuesta documentada en las investigaciones de la Edad Nueva puede ayudarnos a entender el tiempo presente. Un tiempo que hace dos años se consideraba inicio de “una era mucho más avanzada”, que lo será, pese al riesgo de caer en una “caldera ideológica con ingredientes de populismo, nacionalismo, tribalismo, pero también de ecologismo e individualismo”, como ilustra Aurelio Pérez Giralda en su trabajo disponible en la web sobre “La nueva Edad Media”.
González Novalín fue un especialista en lo que en la Gregoriana llaman “Edad Nueva”