A mitad de marzo, las escuelas se quedaron vacías. El mundo se paró. Llevamos casi dos meses de confinamiento y de educación a distancia. Frente a esta situación, que va a dejar una profunda huella, nos sentimos interpelados sobre cuál debe ser la respuesta para hacer de esta circunstancia una oportunidad educativa y, en especial, qué deberíamos hacer cuando volvamos a las aulas.
Desde que se cerraron las escuelas, equipos directivos y educadores se han desvivido por conseguir dos objetivos imprescindibles. Lo primero fue atender a lo inmediato y reorganizar la gestión del aprendizaje. Los profesores han hecho todo lo posible por conseguir un objetivo: que, ante esta situación, nadie se pierda. Han demostrado que la vocación y la pasión educativa se hacen más presentes ante las adversidades.
Pronto, nos dimos cuenta de que, más allá de herramientas digitales y tareas, el acompañamiento era nuestra principal labor educativa. Estar cerca de ellos, mostrar apoyo y ayuda. Con emoción hemos visto a miles de educadores intentando contactar con todos; escuelas poniendo sus recursos humanos y materiales para ayudar en la emergencia sanitaria; esfuerzos por garantizar que ningún niño ni familia se quedara sin comer. Una vez más, intentar que nadie se quede atrás.
En un escenario incierto, caminamos hacia la vuelta a la escuela. La escuela católica deberá estar preparada para ofrecer una respuesta diferente. Cuando volvamos a las aulas, tendremos que priorizar el objetivo de que nadie se pierda. Recuperar a todos y a cada uno de nuestros alumnos para que la escuela vuelva a ser oasis y lugar de encuentro. Hay que ayudar a dar sentido a lo que se ha vivido para convertirlo en una experiencia que forme parte del relato de su vida. Los niños y jóvenes, como todos, se han enfrentado a la fragilidad y otras vivencias desconocidas que deben ser integradas en el desarrollo personal. Debemos educar sus preguntas para que sean capaces de dar respuestas de sentido. Quizá, podamos preguntarnos cuál deber ser el currículo tras el COVID-19. Tendríamos que ser capaces de articular curricularmente los relatos que pueden dar respuestas de sentido a lo vivido para que forme parte de la construcción de la identidad personal. En definitiva, ayudarlos a abrazar la experiencia vivida para convertirla en aprendizaje vital que contribuya a desarrollar su personalidad individual y colectiva.
Convocados a la unidad
Esta respuesta pasa, sin duda, por la unión de todos. De manera profética, el Papa nos había convocado a la unidad para construir un proyecto educativo global que ayude a crear un futuro de esperanza. Es momento de hacer realidad una palabra que lo cumple todo: “juntos”. Es tiempo de que triunfe educar juntos frente a la huella que nos ha dejado estar separados. Más que nunca, la escuela católica está llamada a ser lo que somos: educar desde la radicalidad del Evangelio. “Radical” significa ‘perteneciente a la raíz’. Estamos recibiendo una llamada a volver a la raíz y ser sal y luz frente a un tiempo que ha generado desconcierto e incertidumbre ante el futuro. Que nuestras acciones educativas sean luz que alumbre el mañana de cada uno de nuestros alumnos, especialmente de aquellos a los que esta situación les ha hecho aún más vulnerables.