Ternura, palabra, firmeza
Donde se intenta sintetizar en tres palabras casi mágicas lo mejor de la aportación del auténtico maestro al discípulo
Nos abandonó George Steiner. Siempre encontré en él una sabiduría que me ha cautivado sobremanera: ofrecerte un buen bagaje para el presente proponiéndote una lectura luminosa de la tradición cultural de la humanidad. Uno de los libros que me ayudó en mis reflexiones sobre la relación maestro-discípulo es Lecciones de los maestros. En él, encontré una frase que he repetido en numerosas ocasiones: el maestro es el celoso amante de lo que podría ser. En efecto, los educadores somos amantes, y Steiner no tiene ningún recato en expresar la carga afectiva de esa relación con expresiones tan políticamente incorrectas como la seducción.
Junto con esta profundización en la especificidad de esta relación tan significativa pero tan escasa, Steiner hace un repaso por grandes maestros de la historia y, como no podía ser de otra manera, habla de Sócrates y de Jesús. Aunque similares, los estilos de ser maestro de ambos son bien diferentes. Dentro de la tradición de la educación católica, la inspiración en el Jesús maestro ha sido una constante. En este contexto, intenté sintetizar en una trilogía la esencia del maestro Jesús, para lo cual contemplé los numerosos encuentros de Jesús que nos narran los Evangelios y en los que se puede reconocer un mismo modo de proceder que lo identifica radicalmente, y que podríamos resumir en estas tres expresiones: ternura, palabra y firmeza, por este orden.
Todo empieza por la ternura: Jesús no finge una mera aceptación sino que transmite un amor incondicional. El primer impacto que produce en las personas es afectivo: para mí eres mucho más que cualquier imagen o prejuicio. Tantas veces el Evangelio nos habla de la mirada de Jesús…; quizá, ese era el medio por el que transmitía ese “sí” radical a cada una de las vidas que se le acercaban. El caso más llamativo es el de la mujer que le tocó el manto en medio del gentío. Nadie sino él se había percatado de esa solicitación a su persona. Su sensibilidad de acogida a quien le rodeaba desde la necesidad no se había visto bloqueada por su éxito en medio de la gente.
En la mayoría de las ocasiones, esta experiencia afectiva va acompañada del interés y la escucha. Se abre así paso el segundo eje constitutivo de su particular modo de ser maestro: la palabra. En efecto, Jesús siempre establece un diálogo con todas esas personas (muy alejado del estilo socrático, cuyo objetivo estaba focalizado en la construcción racional sobre las cuestiones de la vida) y pretende acompañar a la persona al encuentro consigo misma, con el fin de llamarla a una vida nueva. No basta solo con amar y aceptar en el corazón a la persona: Jesús da un paso haciéndole llegar una propuesta de vida nueva, una nueva vocación.
En esa propuesta, Jesús, como diríamos ahora, es claramente asertivo. Es el momento de la firmeza que acompaña el proceso. De la misma manera que Dios tiene un proyecto para la humanidad, lo tiene también para cada persona. “Vete y en adelante no peques más”, dirá a la pecadora. “Apacienta mis corderos”, dirá a Pedro después de asegurarse la verbalización de su amor por el maestro.
Más silencio que palabra
Ternura, palabra y firmeza: un magnífico paradigma de nuestra tarea como educadores cristianos. Creo que hoy practicamos mucho mejor la primera que las dos siguientes. No discutimos la aceptación, pero nos cuesta la palabra asertiva de proponer, al modo de Jesús, un camino de respuesta a la llamada, es decir, entender la vida como vocación y no como mera manifestación de lo que me gusta. Hay más silencio que palabra. Nos refugiamos demasiado en el mensaje de que nuestros alumnos tienen que hacer lo que ellos decidan.
Hay una buena parte de verdad en ello, pero, a veces, olvidamos que han ido pasando de adulto en adulto sin que nos atrevamos a proponerles proyectos de vida que probablemente no les broten de sus propios gustos pero que los lancen a aventuras vitales más arriesgadas. Para eso, hay recuperar también una cierta firmeza en lo que consideramos de verdad humanizador.