El secreto está en “despojarse del hombre viejo” (apóstol dixit). Ante lo de “año nuevo, vida nueva”, uno se pregunta: ¿y yo qué nueva vida puedo emprender o me puedo permitir? Sí, siempre están los buenos propósitos. Algunos son demasiado ambiciosos, imposibles de cumplir; otros tan minúsculos que no traen consigo vida nueva. Más fácil que imaginar lo “nuevo” y lo por hacer es identificar lo “viejo” y por abandonar: sea el tabaco, una adicción, una manía, una rutina tóxica, un prejuicio. Antigua costumbre en algunas regiones italianas era tirar por las ventanas la noche del treinta y uno de diciembre objetos viejos e inútiles.
Cabe enfocar el despojarse como estrategia de prevención del síndrome llamado “de Diógenes”, aunque bien ajeno este filósofo al síndrome bautizado con su nombre y consistente en la acumulación de cosas viejas e inútiles. Precisamente el filósofo vivía con solo lo indispensable, ligero de equipaje, mientras que el síndrome, más frecuente en personas ancianas y solitarias, consiste en no deshacerse de nada, tampoco de la ropa no utilizada ya, y ni siquiera de los desechos, la basura. No se suele llegar al síndrome hasta la edad mayor. Pero a algunos jóvenes se les ve en camino por el modo en el que guardan con celo objetos materiales sin valor ni de utilidad ni estético. Y lo peor es cómo guardan los prejuicios. A esos sí que hay que tirarlos por la ventana.
No dejar el “despojaos de lo viejo” solo en lo material, en desapego y reciclaje de objetos. Tomarlo en lo mental como un “desprendeos de prejuicios”. ¿De cuántos y cuáles? Al menos de dos o tres. Nunca se es consciente de los propios prejuicios. Por eso, hay que preguntar al mejor amigo o incluso al enemigo: “Dime cuáles son mis peores prejuicios”. Y luego despojarse en consecuencia.