Escribo esta reflexión en plena semana santa. En esta semana, y tras la reciente publicación de los decretos con los currículum de ESO y Bachillerato, he dedicado también un tiempo a la lectura de los mismos.
En estos decretos, se define el perfil de salida para ambas etapas con sus descriptores operativos. El perfil de salida es el modelo de persona que se quiere formar. Por lo tanto, no estamos ante un elemento cualquiera del currículo sino ante el proyecto final de persona humana que dicho currículo quiere llegar a realizar.
Además, desde hace un tiempo, muchas instituciones educativas, para manifestar su identidad pedagógica, han ido elaborando sus propios perfiles de salida. De esta forma, quieren mostrar a las familias, que a ellas acuden, su elemento diferenciador y su concepción de persona que quieren educar.
En estas líneas no pretendo hacer un análisis ni del perfil de salida del currículo ni del de las instituciones educativas. Lo que pretendo es hacer una reflexión de un aspecto que, las instituciones educativas católicas, creo que no pueden pasar por alto.
Meditando sobre el relato de la pasión del evangelio de Juan que se proclama en la liturgia del viernes santo, hay una expresión de Pilato que siempre me ha llamado la atención. Durante el interrogatorio a Jesús cuando Pilato, tras mandar azotar a Jesús, lo muestra al pueblo les dice: “He aquí el hombre” (Jn 19,5).
“He aquí el hombre”, “eis ecce homo”, “ἰδοὺ ὁ ἄνθρωπος”. Considero que esta frase de Pilato contiene una alta carga antropológica. En estas líneas, aun a riesgo de parecer que hago una lectura reduccionista, no puedo entrar en la disputa teológica de fondo del evangelio de Juan donde se contrapone el Hijo de Dios con el hombre Jesús y que está en el fondo de su condena religiosa: un ser humano que se declara Dios. Por el contrario, me concentraré en la afirmación antropológica que se esconde en dicha expresión.
Tras ser azotado, colocarle una corona de espinas y ser vestido con un manto de púrpura, Pilato muestra a Jesús al pueblo y dice: “He aquí el hombre”. No creo que esta frase se pueda considerar una simple anécdota que el evangelista ha querido contar del proceso de Jesús para despertar los sentimientos profundos del creyente. Como decía, y teniendo en cuenta que el evangelio de Juan destaca por su fuerte contenido reflexivo, pienso que dicha frase, además de ser una reflexión teológica, enunciada unas líneas más arriba, también contiene una fuerte carga antropológica; “ἰδοὺ ὁ ἄνθρωπος”. Con ella, Juan nos muestra cuál es el modelo de humanidad: he aquí el hombre, he aquí la humanidad. De hecho, Juan, al inicio de su evangelio en el prólogo, dedica un buen espacio a la reflexión de la encarnación del Verbo. Desde el inicio, Juan deja claro que Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre.
Como indica la expresión de Pilato, la humanidad que se nos manifiesta en Jesús es la humanidad doliente. No es un superhombre. Esta frase no la dice el evangelista cuando aparece Jesús resucitado o cuando realiza milagros sino cuando se muestra a Jesús en su debilidad, en su dolor.
“He aquí el hombre”, he aquí la humanidad, nos muestra que el modelo de persona propuesto es aquel en quien se realiza la debilidad y que acoge el dolor y el sufrimiento en su ser.
Por ello, me pregunto: ¿cuántos perfiles de salida de nuestras instituciones religiosas tienen presente a este Jesús sufriente? ¿Cuántos se atreven a explicitar que su modelo de persona es la persona sufriente y débil? En un mundo competitivo, cambiante, que busca el éxito, no tenemos problema en poner que buscamos un alumno que sea capaz de dar respuesta a los retos de nuestro mundo, que sea crítico, que sabe adaptarse a los cambios, que es competente tecnológicamente, que es empático, responsable, autónomo (¡¿quién no pondrá esta característica, como hijos que somos de la Ilustración y su confianza en las grandes potencialidades del ser humano!?; pero ¡qué distinta es esta autonomía ilustrada de la autonomía de Jesús que, dueño de su vida, es capaz de entregarla!: “porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para entregarla y tengo poder para recuperarla” (Jn 18,10). Una autonomía no para afirmarse sobre los demás sino para entregarse por ellos y a ellos), inquieto por aprender, equilibrado, innovador, que ejerce liderazgo…
Pero ¿y qué ocurre con la debilidad y con el sufrimiento? Y no me refiero a un alumno que los contempla en su mundo y en los demás y se pone manos a la obra para remediarlas. De hecho, tampoco tenemos problema en poner en nuestros perfiles de salida que buscamos alumnos solidarios, comprometidos con la justicia y la transformación de nuestro mundo…
Pero ¿cuántos ponemos de forma explícita en nuestros perfiles de salida que educamos una persona que es débil y sufriente?, ¿una persona que reconoce los límites propios e inherentes de su humanidad?
“ἰδοὺ ὁ ἄνθρωπος”, decía Pilato mostrando a Jesús flagelado, sangrante, humillado.
Quizás la semana santa nos recuerde que el salvador del mundo no es el ser humano ilustrado que la tradición occidental desde Descartes ha configurado como un sujeto autónomo, constructor de la historia por sus propios medios, que se convierte en el criterio de verdad y que a fuerza de dudar de todo lo exterior ha terminado encerrado en sí mismo afirmando que la única verdad segura es la expresión cartesiana “yo soy, yo existo”.
No es una crítica a la necesaria afirmación de la dignidad y grandeza del ser humano. Pero quizás la tradición occidental, afirmando esta grandeza y autonomía, ha aislado al ser humano y lo ha encerrado en sí mismo.
“ἰδοὺ ὁ ἄνθρωπος” decía Pilato. Un nuevo humanismo reclama el papa Francisco. Una humanidad sufriente que se abre a otras humanidades sufrientes, lejos de un humanismo que, al afirmar la grandeza del ser humano, lo encierra en sí mismo. El solipsismo gnoseológico cartesiano que, en el pienso luego existo, afirmaba la única verdad del propio yo pensante se ha radicalizado y absolutizado saliendo del ámbito gnoseológico para invadir el existencial y antropológico.
Sí, es necesario un nuevo humanismo. Una nueva humanidad que, como expresa Pilato con su “ἰδοὺ ὁ ἄνθρωπος”, también tendrá que tener cabida en nuestros perfiles de salida.