Lo esencial es invisible a los ojos
Francisco Javier López Armas
Delegado de enseñanza (Diócesis de Canarias)
Al sentarme delante del ordenador para escribir esta carta, por casualidad me encuentro escuchando a Rubén Blades con su Sorpresas te da la vida, y no me queda otra que darle la razón. La más inmediata es que estoy cerrando este primer número del año de nuestra querida revista. Y eso significa que estoy compartiendo estas líneas con ustedes, en este nuevo contexto educativo. Pero no tan sorprendente es que, por enésima vez, estamos hablando de currículos, competencias, programaciones, etc. Pero, en medio de todo eso, me han venido a la mente las palabras que Saint-Exupéry puso en boca de su Principito: “Solo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible a los ojos”.
Es curioso cómo, en ocasiones, unas palabras son capaces de dar un nuevo sentido a cuanto tenemos delante. Pues ¿qué es la escuela sino el espacio en el que se crean puentes entre distintos corazones? ¿Qué es sino el lugar en el que esos corazones aprenden a mirar y descubrir “lo esencial” del mundo que nos rodea? Y esa dinámica de “tender puentes” y de “descubrir lo esencial”: ¿no se da de un modo singular en la clase de Religión? ¿No ofrecemos en nuestras aulas la posibilidad de descubrir lo escondido? ¿No ayudamos a profundizar y a no quedarnos con lo superficial? Sí, ya sé, seguro que alguien en estos momentos me está tachando de ingenuo, o posiblemente haya quien piense que no sé de lo que hablo. Porque en el aula debe primar la disciplina, los currículos y las rúbricas que nos permiten evaluar de manera milimétrica. Todo eso es cierto tan solo si miramos la escuela con los ojos de la cara, pero ¿qué sucede si lo hacemos con el corazón?
Hace unos días, releía la Fratelli tutti y, en ella, Francisco nos dice que la escuela y la educación deben ayudar a que “cada ser humano pueda ser artífice de su destino” (187). Creo ciertamente que esta podría ser una magnífica máxima a tener en cuenta. Que toda mi labor docente, que mis clases de Religión y que todo cuanto yo sea capaz de hacer estén enfocados en ayudar a que mi alumnado sea el artífice de su propio destino, constructor de su propio proceso, verdadero “constructor de puentes”. Porque el destino de cada uno de nosotros se juega en la medida en que somos capaces de integrar al resto en nuestra propia vida. Pero ese “integrar al otro” no debe hacerse de cualquier modo. No todo vale cuando decidimos “acceder a lo esencial”. Y de eso también sabemos mucho los docentes de Religión.
Sin sandalias en los pies
Son muchas las ocasiones en las que, al intentar hablar con un alumno o al proponer alguna cuestión, han resonado en mi mente aquellas palabras que también escuchó Moisés: “Quítate las sandalias de los pies, pues el sitio que pisas es terreno sagrado” (Ex 3,5). Porque las personas son sagradas, las situaciones que nos sobrepasan también, y porque el modo en el que intentamos acceder a ellas debe tener todo eso en cuenta. Por eso hoy más que nunca debemos aceptar el reto que nos propone Francisco en la Laudato si’, y es el de ser educadores “capaces de replantear itinerarios pedagógicos […] de manera que ayuden efectivamente a crecer en la solidaridad, la responsabilidad y el cuidado basado en la compasión” (210). Este es pues mi deseo para este nuevo año: que seamos capaces de tender puentes y de enseñar a tenderlos, teniendo en cuenta la solidaridad, la responsabilidad y la compasión. Un abrazo y feliz año.