Anatomía 2: ojos, nariz, oídos
Son las puertas de la percepción. Por los sentidos, nos hallamos en contacto con el mundo. Por ellos, nos llega la realidad exterior. La vista y la audición permiten captar lo que está lejos de nuestra la nariz, la cual no solo olfatea: por ella, respiramos, obtenemos lo más imprescindible para vivir: el aire. Tan importantes son los sentidos que se ha ampliado la acepción del término para hablar de “el sentido de la vida” (o de la existencia, si nos ponemos exquisitos). Por los sentidos sufrimos y gozamos; el sentir-percibir se extiende al sentir de los sentimientos. Por ellos, comienza el sentido de la vida.
Puede haber y hay acciones perversas. Pero ¿percepciones perversas? Los sentidos son inocentes. No hay mal uso de ellos. Si acaso, desuso, el de los ojos que no ven y los oídos que no escuchan (Ezequiel 12,2), el de los sentidos de un espíritu obturado (Marcos 8,18). Aquello de que los ciegos ven y los sordos oyen (Mateo 11,5; Lucas 7,22) no es ajeno a la sanación de esa obstrucción de los sentidos. En igual línea terapéutica, está la curación de zombis, que empiezan a vivir.
En línea no ya de terapia, sino de educación: los profesores de música trabajan con un saber oír, escuchar; los de artes plásticas con un saber ver, saber mirar. Algunos artistas de vanguardia (de Duchamp a Warhol), en ruptura con otras formas de arte, han enseñado a ver arte (¿también belleza?) en una pieza del cuarto de baño y en un bote de supermercado. ¿Y por qué no? Si se ha aprendido algo en ver, puede uno verse y sentirse rodeado de objetos maravillosos. Si se aprendió algo en escuchar, se disfrutará tanto con el gorjeo de los pájaros (de Vivaldi a Messiaen hay también música para iniciarse) como con el silencio, con la soledad sonora de Juan de la Cruz.