Teresa Martin
Se llamaba como cualquier chica castellana o leonesa, con un apellido, Martin, que en francés no lleva tilde y se pronuncia como con el típico acento nasal francófono. Nació en Alenzón, Normandía, en una familia muy piadosa. Cuatro de los nueve hijos que tuvieron sus padres murieron a edad temprana, y las otras cinco hijas, incluida Teresa, la menor de ellas, hicieron votos religiosos. Tan piadosos fueron esos padres que, recientemente, en octubre de 2015, también ellos han sido canonizados: san Luis Martin y santa María Celia Guérin. Teresa ingresó con quince años en el Carmelo de la ciudad de Lisieux. Como carmelita descalza, se llamó sor Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz. Allí, en ese monasterio de clausura, desarrolló una santidad precoz. De también precoz mala salud, no viviría muchos años; moriría recién cumplidos los veinticuatro, una edad por cierto a la que no llegaron otros santos: Luis Gonzaga, Estanislao de Kostka, Juan Berchmans.
En el monasterio escribió mucho acerca de sí misma, de lo que consideraba su “caminito” espiritual, el de ser como una niña, caminito émulo del Camino de perfección de Teresa de Ávila. Sus hermanas recogieron lo escrito por ella en Historia de un alma y también palabras suyas, durante su enfermedad terminal, en Novissima verba. Esos escritos permitieron a Juan Pablo II reconocerla como “doctora de la Iglesia”. Quizá más importante: en 1944, fue proclamada copatrona de Francia junto con Juana de Arco, compensando con una joven carmelita el por muchos cuestionado patronazgo de una joven belicosa patriotera. Canonizada en 1925, “la santa más grande de los tiempos modernos”, según Pío X, a esta Teresa se la llama cariñosamente Teresita, y se la identifica como “de Lisieux”, donde tiene un santuario destino de peregrinaciones.