El grano de mostaza
Todo comienza con algo pequeño. Unas raíces, unos granos de mostaza. Sin saber cómo crecerán, pero, conscientes de en qué tiempo vivimos, comenzando una obra necesaria que se aspira realizar, sin esperar.
Al empezar algo, una obra, un movimiento, un servicio, casi nunca sabemos cómo acabará. El Servicio Universitario del Trabajo (SUT) comenzó en 1950. En su origen estuvo el jesuita José María de Llanos. Duró unos veinte años y por él pasaron más de trece mil universitarios españoles, en su mayoría hijos de los vencedores de la guerra incivil. Fueron la generación de la primera transición. El SUT fue una iniciativa que buscó la aproximación entre estudiantes y mundo obrero. Al poco de iniciarse la encuadraron en el falangista SEU, que pretendía controlar a los universitarios, pero pronto se les fue de las manos. Allí se formaron nombres que aún suenan como protagonistas. Los hijos de los vencedores de una guerra, tergiversada y falsamente idealizada, descubrieron en los campos andaluces o extremeños y en los suburbios barceloneses o madrileños la inmisericorde dureza de la vida proletaria. A muchos de ellos la experiencia de compartir vida y trabajo de jornaleros y obreros los llevó a un progresivo alejamiento de la Dictadura. Entre ellos estaban Cristina Almeida, Manuela Carmena, Alfonso Carlos Comín, Juan Goytisolo, Carlos Jiménez de Parga, Pasqual Maragall, Carlos París, Javier Pradera, Nicolás Sartorius, Ramón Tamames, Manuel Vázquez Montalbán y tantos otros. Un equipo, formado por Miguel Ángel Ruiz Carnícer y otros, ha recogido en un reciente libro, Una juventud en tiempo de Dictadura. El Servicio Universitario del Trabajo (SUT), 1950-1969, muchos testimonios de esta historia que estaba casi perdida. El SUT, hijo descarrilado (que no descarriado) del idealismo falangista, acabó siendo una escuela de verano para formar demócratas. Mientras no se acabe de hacer (completa), entre otras, la historia de los Scouts, de los seminarios y de los universitarios de aquellos veinticinco años que precedieron el final de la Dictadura, mal podremos entender que el árbol que creció luego, bienhechor y frondoso, tenía unas raíces muy pequeñas, pero fuertes y llenas de vida.
Para ser grano de mostaza se trata de comenzar la obra que se aspira a realizar. No se debe esperar. Probablemente la meditación asidua de la carta a los Romanos de Pablo de Tarso: “Sabéis de sobra en qué tiempo vivimos: ¡ya es hora de que os despertéis! La salvación está más cerca, la noche ha avanzado y apunta el día” (13,11-12) ha calado en esas personas que dieron el primer paso para vivir “la gracia de hoy”, como decía Josefa Segovia, o afirmar “no aparquemos la decisión para mañana: comencemos hoy, ahora, inteligente y firmemente”, como escribía Hélder P. Câmara. Como dejó dicho el obispo de Recife-Olinda, “van siendo cada vez más numerosos quienes acaban pensando que, para corregir las injusticias, no hay más remedio posible que el de levantar a las víctimas de tales injusticias, movilizándolos para forzar el camino hacia la justicia”.
¿Cuántos granos han existido?
En los jesuitas de Sarrià, José Antonio González Casanova contribuyó a crear un grupo que se llamaba “el grano de mostaza”. La academia de las congregaciones, su pequeña revista, ese grupo, fueron semillas y semilleros de un cristianismo renovado, un cristianismo abierto como el que mantiene setenta años después la revista El Ciervo. José Antonio también participó en el SUT, donde trató más a su compañera de facultad que más tarde sería su esposa, Rosa Virós, politóloga y primera rectora de universidad en Cataluña. Entre los jesuitas que acompañaron a aquellos universitarios había algunos, como Feliciano Delgado, más tarde catedrático de Lingüística Indoeuropea y cocinero de renombre, que también había pertenecido a un grupo llamado “el grano de mostaza”, formado por jóvenes estudiantes jesuitas andaluces en los mismos años. ¿Cuántos granos de mostaza han existido? ¿Cuántos hay entre nuestros jóvenes estudiantes o entre los profesores con quienes tratamos tan a menudo? González Casanova murió a finales de octubre en Barcelona.
Revista RyE N.º 355 Diciembre 2021