La última lágrima
“Solo aquellos que viven lejos del conflicto dirán que es inútil”. Décadas de violencia, una conciencia herida y un tejido social dañado, pero quizá no esté lejos el día de la última lágrima.
Al salir del tanatorio, un amigo colombiano me cuenta que, en su país, antes de ir al cementerio, ellas lloran, acompañadas y sostenidas por las “plañideras”, mientras ellos van a un bar que siempre hay justo a la salida del tanatorio con el nombre de “la última lágrima”. Ellos “toman”, para unirse a esas otras lágrimas. Aquí hubo un tiempo en el que también hubo “plañideras”; también lo cuentan así los evangelios (Mt 9,23; Jn 11,19); debe ser un oficio antiguo (Jr 9,16). Para “tomar” no encontramos nada, era una fría mañana de domingo otoñal y no había una taberna para “la última lágrima”.
En agosto de 2022 tomó posesión el primer presidente de izquierdas de Colombia, Gustavo Petro, con alguna pequeña confusión a propósito de una espada, que nuestro rey capeó bien. Los cincuenta años de guerra incivil de Colombia probablemente están acabándose. Una Comisión de Verdad presidida por un jesuita intachable, Francisco de Roux, se ocupa de verificar las historias de sufrimiento y la verdad que queda. Cincuenta años dejan muchas víctimas. Ya en 1991, tres grupos guerrilleros, de los que uno era el M19 al que perteneció Petro, firmaron la paz con el Estado colombiano. De hecho, una parte del país estaba controlada por un débil Estado y amplias zonas por las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FARC), el Ejército de Liberación Nacional (ELN) y el clan del Golfo, los paramilitares conocidos como “urabeños” o Autodefensas “gaitanistas” en el norte. En esos territorios donde no había Estado, ni monopolio de la violencia (Gewaltmonopol des States), que es su atributo fundamental según Max Weber, los guerrilleros fueron bienvenidos para garantizar el orden y muchos servicios; la administración era inexistente y los “carteles” de la cocaína, luego exportada a Europa y a los Estados Unidos, eran el verdadero poder. En 2006, las mencionadas Autodefensas habían depuesto las armas. En 2016, fueron las FARC las que llegaron a un acuerdo, pero la violencia continuó.
Ahora, el portugués que es secretario general de la ONU, António Guterres, se alegró de la decisión gubernamental: “Este anuncio aporta de una nueva esperanza de paz total para el pueblo colombiano”. Aquellos días, la Conferencia Episcopal declaró estar contenta con la tregua y aclaró: “Solo aquellos que viven lejos del conflicto dirán que es inútil”. La decisión de Petro fue audaz, aunque su comunicación algo precipitada; no se aprende a ser presidente en poco tiempo.
Justa regeneración social
Una vez puesto el huevo, el escorpión puede nacer sin que nos demos cuenta. Una auténtica guerra empezó en 1964 en el surco abierto por la revolución cubana. En 1968, se celebró en Medellín la Conferencia General del Episcopado Latinoamericano (CELAM). No hacía mucho de la muerte de Camilo Torres, presbítero colombiano que se había unido al ELN. Al inaugurar la CELAM, Pablo VI dijo: “No podemos ser solidarios con sistemas y estructuras que encubren y favorecen graves y opresoras desigualdades entre las clases y los ciudadanos de un mismo país, sin poner en acto un plan efectivo para remediar las condiciones insoportables de inferioridad que frecuentemente sufre la población menos pudiente […]. Entre los diversos caminos hacia una justa regeneración social, nosotros no podemos escoger ni el del marxismo ateo, ni el de la rebelión sistemática, ni tanto menos el del esparcimiento de sangre y el de la anarquía. Distingamos nuestras responsabilidades de las de aquellos que, por el contrario, hacen de la violencia un ideal noble, un heroísmo glorioso, una teología complaciente. Para reparar errores del pasado y para curar enfermedades actuales, no hemos de cometer nuevos fallos, porque estarían contra el Evangelio, contra el espíritu de la Iglesia, contra los mismos intereses del pueblo, contra el signo feliz de la hora presente que es el de la justicia en camino hacia la hermandad y la paz”. Al dejar el tanatorio aquella mañana otoñal, no encontramos la taberna, quizá no esté lejos el día de la última lágrima. Habrá que cuidar que no queden huevos de escorpión enterrados.
Van a un bar que siempre hay justo a la salida del tanatorio con el nombre de «la última lágrima«