De la vivencia a la experiencia
Urge que asumamos como educadores la tarea de acompañar a nuestros alumnos en la configuración de sus experiencias
Hace tiempo que se acuñó el verbo “surfear” como una de las características más conspicuas de la cultura en la que vivimos. Lo que se busca, o más bien nos hacen buscar, es una sucesión de sensaciones que rellenen nuestro tiempo. La comunicación se ha reducido a una sucesión incansable de datos que no somos capaces de procesar. Los mensajes que nos intercambiamos en las redes van en busca del “me gusta”. Como siempre, no me interesa profundizar en el análisis del fenómeno, sino, más bien, reflexionar sobre lo que para mí ha sido, es y será mi interés prioritario: cómo seguir cumpliendo con nuestra misión de educadores en este contexto.
Decía Benjamin que, partiendo de la base de que la experiencia es conocimiento, no es la percepción sensible la que aporta ese conocimiento, sino que se requiere el concurso de una poderosa intervención del sujeto. Benjamin se lamentaba de que faltaba “sujeto” bien constituido para de verdad no caer en la superficialidad y el dominio de una técnica que ya apuntaba maneras. Donde él habla de conocimiento yo interpreto sentido. En efecto, aquí creo que radica el punto clave de la construcción de la experiencia. Esta, como el conocimiento, no es un resultado inmediato de los sentidos, sino una elaboración personal. En cierta manera, con la experiencia ocurre como con los sentimientos, lejos de ser el efecto directo que las realidades externas producen en nosotros, aparecen en la persona gracias a una elaboración en la que intervienen varios factores de enorme importancia. El primero de ellos, las creencias, esas aseveraciones que damos por ciertas aunque no han sido validadas de manera objetiva. Decía Ortega que las ideas se tienen, en las creencias se está. Nuestras creencias nos aportan el marco de sentido básico. En la creencia es difícil distinguir entre lo que es elemento valórico, afectivo o conceptual, porque aparece como un resultado del encuentro de esos tres ingredientes como mínimo.
En el fondo, para que se produzca la construcción de la experiencia personal, se necesita un proceso en el que esos elementos, conceptual, valórico y afectivo, entren en juego. Solo así una determinada vivencia podrá incorporarse a la biografía con el significado de experiencia. El caso de la pandemia es paradigmático. El impacto afectivo es evidente, pero ¿y si resulta que es una prueba de que somos una especie natural afectada como todas por dolencias y enfermedades? (elemento conceptual); ¿y si resulta que la forma más humana de vivir no es otra que reconocer nuestra profunda debilidad y que el destino individual está intrínsecamente entrelazado con el de todos los seres humanos? (elemento valórico); ¿y si resulta que debería entonces exponerme al sufrimiento de los que más desvalidos están en esa debilidad? (ampliación del elemento afectivo).
Para responder al reto de educar en una cultura superficial y presentista, la escuela debe comprometerse en varios frentes. El primero y más importante: renunciar a toda multiplicación de vivencias. Siento que a veces nuestras escuelas corren el peligro de convertirse en una suerte de “parques temáticos”, como si tuviéramos la necesidad de programar constantemente nuevas acciones con el fin de impactar a nuestros alumnos. Seleccionemos aquellas iniciativas que tengan la posibilidad de ser significativas y trabajémoslas a fondo. No queramos competir en impactos. El segundo no es menor. Debemos proponer a nuestros alumnos aquellas vivencias que no van a encontrar en su vida cotidiana y que, con nuestro acompañamiento, se puedan convertir en experiencias personales que les enriquezcan. Hablo, por ejemplo, de la experiencia del silencio o del encuentro consigo mismos. Y por último, pero no menos importante, proporcionémosles las herramientas conceptuales más adecuadas para que puedan dar sentido humanizador a esas vivencias. Esta es la auténtica finalidad de la enseñanza. He aquí el sentido más profundo y la finalidad de los conocimientos que pretendemos transmitir: configurar en nuestros alumnos una cosmovisión y un conjunto de creencias acordes con la visión cristiana de la vida personal y social.
Debemos proponer a los alumnos aquellas vivencias que no van a encontrar en su vida