Educación cristiana: ¿sostenible?
Donde se acude al concepto “sostenibilidad” para plantear el acuciante reto sobre las posibilidades que la tradición educativa cristiana tiene de seguir siendo fecunda en el futuro.
Hoy se respira, de manera bastante generalizada, una profunda preocupación por el futuro de la tradición educativa cristiana. La preocupación no es nueva, pero quizá esté viéndose incrementada por la profunda crisis en la que viven hoy muchas instituciones; una crisis que no es solo cualitativa, la falta de vocaciones, sino también cualitativa cuando nos preguntamos si de verdad desde las instituciones se está a la altura de los enormes retos que se nos plantean. Las palabras son muy determinantes. En este sentido, creo que la palabra “sostenibilidad” puede venir en nuestra ayuda y nos puede aportar una mirada enriquecedora. Como sabemos, esta palabra procede del mundo y de la sensibilidad ecológica. Actuar según el criterio de sostenibilidad significa responder de manera adecuada a las necesidades y retos del presente, pero no solo no poniendo en riesgo el futuro, sino asegurando un futuro mejor. La sostenibilidad introduce el futuro como criterio ético de primer orden. Supone huir de cualquier tentación de presentismo. La sostenibilidad nos introduce en una perspectiva más histórica en un continuo pasado, presente y futuro. He aquí entonces una primera condición para poder actuar con criterios de sostenibilidad: se necesita poseer una auténtica visión. Sin visión solo se da el acuciar de un presente que vivimos pleno de riesgos. Y eso exige levantar un poco la mirada y salir de un día a día repleto de urgencias en el que a menudo nos instalamos.
La perspectiva de la sostenibilidad nos ayuda a acertar con la pregunta inteligente sobre la cuestión que nos estamos planteando, porque, en primer lugar, nos invita a una cuestión previa: ¿qué ha sido lo que ha hecho de verdad sostenible la tradición educativa cristiana? ¿Qué condiciones se daban en sus dinámicas internas para que haya producido esos frutos tan positivos? Y esa pregunta nos muestra de manera inmediata que, efectivamente, nuestra tradición educativa leía, auscultaba y sentía el presente, pero no precisamente para integrarse en él a ver quién resulta más competitivo, sino con la intención de responder a sus necesidades más profundas de manera creativa. Y eso se daba porque se situaban desde una vivencia profunda del proyecto cultural y educativo que representaban, bien arraigada en la relación entre fe y educación. Una vivencia, además, compartida por una comunidad educante.
Si esto es así, lo primero que habrá que asegurar es una vivencia profunda y compartida del proyecto educativo para, desde ahí, salir al presente en busca de sus profundas necesidades, porque nosotros, en nuestra mejor tradición, tenemos la palabra que nuestros alumnos necesitan. Cuando nuestros procesos de selección vienen marcados por las necesidades de titulación dejando en lugar irrelevante la comunión con el proyecto, cuando en lugar de desarrollar comunidades de educadores autónomas en procesos de recreación de nuestro proyecto educativo optamos por el valor control centralizado, cuando nos apuntamos al seguidismo de lo que parece que la sociedad nos pide sin apostar por la creatividad desde el proyecto, cuando creemos que responder a las necesidades del presente es competir como todos los demás en aquello que las familias nos piden sin tomar la iniciativa de crear nuestro propio discurso educativo, cuando confundimos identidad con pastoral renunciando a la creatividad cultural que toda iniciativa educativa entraña, cuando prolongamos estructuras de gobierno que, lo sabemos, tienen fecha de caducidad, sin apostar de verdad por modelos de auténtica y verdadera misión compartida, cuando la institución sigue actuando como si el futuro del carisma fuera su propio futuro sin entregar con generosidad hasta el control del mismo, cuando eludimos asumir un mayor protagonismo social en el ámbito educativo con propuestas significativas y nos recluimos en movimientos de reivindicación de nuestros derechos, entonces estamos renunciando al criterio de sostenibilidad. Es tiempo de creatividad. Nuestra responsabilidad primera hoy es asegurar la sostenibilidad de la tradición educativa cristiana, sostenibilidad del proyecto, de las personas y de la organización.
Nosotros, en nuestra mejor tradición,
tenemos la palabra que nuestros alumnos necesitan