Por una ERE significativa
Una invitación a aprovechar el cambio curricular que nos trae la LOMLOE para hacer de la ERE un área significativa.
La Fundación Europea Sociedad y Educación publicó un informe junto con la Fundación Porticus titulado Perspectivas ciudadanas y del profesorado hacia la religión, su presencia pública y su lugar en la enseñanza. La primera parte del estudio recoge la situación de la religiosidad en España y, en concreto, la visión que se tiene sobre la presencia de la religión en la sociedad y en el sistema educativo. He de confesar que el estudio no aporta nada significativo sobre la religiosidad en España que no haya sido ya apuntado por otros estudios. Corrobora sin ambages la tendencia de secularización radical que venimos constatando desde hace décadas y le pone de nuevo cifras que no hacen más que confirmar el escenario. Aunque la situación de secularización radical no es el tema de este artículo, aprovecho la ocasión para animar a tomar nota de verdad de esta situación.
Hay tres datos de la encuesta que me parecen interesantes. El primero de ellos se refiere a la significatividad que tuvo la clase de Religión para aquellos que la cursaron. Según la encuesta, un 73 % de los encuestados estudió Religión en su paso por el sistema escolar, lo cual no es poco, pero, cuando se les pregunta hasta qué punto esas clases tuvieron algún tipo de efecto en su vivencia religiosa, el 42 % afirma que no tuvo ningún efecto. No sé qué contestarían sobre el efecto que tuvieron en su capacidad lingüística o de comunicación todas las clases de Lengua Española, pero me importa poco. El segundo dato resulta también muy esclarecedor. Se pregunta a los profesores de Religión de la pública en qué ámbito de conocimiento creen que influye más la clase de Religión. El 34,5 % afirma que en el ámbito de la ética y moral cristiana y el 15,6 % que en la ética y moral general. Si sumamos los dos porcentajes, nos situamos en el 50 %. De otro modo: los profesores de Religión de la escuela pública de España creen que sus clases sirven para que sus alumnos trabajen y progresen en el ámbito de la ética y de la moral. El tercer dato también me parece extraordinariamente interesante. Mientras que en España la práctica religiosa semanal católica no alcanza el 18 %, resulta que un 42 % de los encuestados ora o medita con regularidad una vez a la semana.
Creo que estos datos no son un problema, sino un reto. Tienen que llamar a nuestra creatividad como profesores de Religión. Necesitamos focalizarnos en lo que nos es propio y nuclear: ayudar a nuestros alumnos a que descubran la profundidad de su vida por medio del análisis y estudio de la experiencia religiosa cristiana. Y eso pasa por abandonar el registro de la ética y lanzarnos de lleno al terreno, si se me permite, de la antropología. Pero no una antropología teológica, sino a una comprensión de la vida en todas sus dimensiones: el cuerpo, la mente, la interioridad, las inquietudes espirituales, la afectividad, el proyecto de vida, la dimensión estética, nuestro ser relacional, los valores que incorporo a mi vida, las decisiones que tomo, etc. En definitiva, hacer de nuestra clase una realidad significativa. Y sabemos que la significatividad se produce cuando aquello que experimentamos, que reflexionamos y que aprendemos amplía el conocimiento y las perspectivas de lo que somos y de lo que queremos ser.
El modelo competencial bien entendido, y la formulación de las seis competencias del nuevo currículo, nos ofrecen esa posibilidad, tal como hemos apuntado ya en estas páginas. Una buena comprensión y aplicación del modelo competencial nos abre el camino para mostrar a nuestros alumnos que los saberes de la religión cristiana no constituyen en primer lugar acervos dogmáticos o morales, sino que nos hablan de la vida humana en plenitud. Por medio de ellos, entendemos mejor en qué consiste la vida humana y cuál es el camino hacia su mejor versión. Los datos sobre las prácticas de la meditación corroboran el florecimiento de las inquietudes espirituales de nuestros contemporáneos. Ese es nuestro terreno. Nadie como la tradición espiritual nacida con la vida, muerte y resurrección de Jesús ha mostrado esa capacidad para llevar a plenitud las profundas aspiraciones del ser humano.
Una buena comprensión y aplicación del modelo competencial nos abre el camino