Pablo es consciente de que se necesita mucha paciencia para que una comunidad produzca frutos. El que siembra la Palabra no ve los frutos de su esfuerzo y quizá tarde en verlos. De hecho, a los corintios les escribe: “Yo planté, Apolo regó; mas fue Dios quien dio el crecimiento. De modo que ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios que hace crecer” (1 Cor 3,6-7). Otros cosecharán lo que alguien sembró por primera vez. Por tanto, se debe trabajar con amor y paciencia, pues “a su tiempo, si no nos cansamos, segaremos” (Gal 6,9). Estos versículos nos muestran que hay un tiempo concreto para dar fruto, que vendrá “a su tiempo”. Hay un tiempo para sembrar, hay un tiempo para regar, hay un tiempo de espera, hay un tiempo para orar, hay un tiempo para meditar y hay un tiempo para dar fruto (cf. Ecle 3).
El auténtico apóstol debe tener paciencia para soportar las tribulaciones (cf. Rom 5, 3-5) y para esperar los frutos a su tiempo. Jesús demuestra paciencia con los que lo insultan, lo azotan, le quitan las vestiduras y lo clavan en una cruz. Ni protesta ni se queja, aun teniendo razón. El viñador está dispuesto a cortar la higuera que no da fruto (cf. Lc 13,6-9); sin embargo, el Señor le da una oportunidad: quizá responda con más tiempo de espera. En la parábola, Jesús muestra misericordia, es paciente, conoce la fragilidad humana y sabe que la paciencia todo lo alcanza. Aguarda con paciencia que se cumpla el plan de Dios sabiendo que todo contribuye a la obra de la salvación.
Como el apóstol, el oficio del maestro exige de una gran dosis de paciencia: “Por tanto, hermanos, tened paciencia hasta la venida del Señor. Mirad cómo el labrador espera el precioso fruto de la tierra, aguardando con paciencia hasta que reciba la lluvia temprana y la tardía. Tened también vosotros paciencia, y afirmad vuestros corazones; porque la venida del Señor se acerca”. (Sant 5,7-11).
El maestro se parece mucho al agricultor que, con gran esfuerzo, cultiva la tierra y espera con paciencia que la semilla crezca y dé frutos a su tiempo. Es consciente de los problemas que hay para que la semilla del conocimiento germine y crezca, sabe que se necesita tiempo y mucha dedicación para que se complete el ciclo del crecimiento de una persona hasta llegar a su madurez. El maestro acompaña el proceso de crecimiento de los niños y sabe que no hay frutos inmediatos, sino un fuerte trabajo de siembra que requiere un cuidado muy exquisito. Decía el filósofo y teólogo danés Søren Kierkegaard que no se puede cosechar de inmediato donde se ha sembrado; por ello, la paciencia es muy necesaria para el educador.
El maestro debe tener mucha paciencia cuando sus alumnos no comprenden bien una clase, cuando tienen mala actitud y no prestan atención. Tiene que explicar la clase varias veces y con mucha creatividad, corregir a los estudiantes que se portan mal y motivar a los indolentes. Cuando pierde la paciencia, aparece la violencia o la indolencia, actitudes contrarias para que los alumnos aprendan.
La paciencia todo lo alcanza
Crece el porcentaje de alumnos con heridas emocionales, con dispersión cognitiva grave, autistas de diferente espectro y alumnos mimados y con la voluntad muy débil. En estos casos, la escuela requiere de educadores muy competentes y experimentados, equilibrados y, sobre todo, con una paciencia probada. Los maestros deben ser conscientes que solo se ganarán la confianza de los muchachos si le ponen mucho amor y paciencia. “La paciencia todo lo alcanza”, como decía sabiamente santa Teresa de Jesús, quien inspiró a tantos educadores, entre ellos a san José de Calasanz, que escribió acertadamente: “El maestro tiene necesidad de una paciencia grande para saberse servir del talento que descubra en los súbditos, y saber, además, con afecto paternal, poner remedio a las faltas e imperfecciones, exhortándoles uno a uno”.
El maestro acompaña el proceso de crecimiento de los niños de los niños y sabe que no hay frutos inmediatos