La experiencia en la misión le ha enseñado que un apóstol debe actuar con mucha prudencia para que el mensaje del Evangelio llegue a todos de modo íntegro, pues hay “falsos maestros” que intentan desvirtuar la recta doctrina confundiendo a familias enteras (cf. Tit 1,10-16). Pablo aconseja a los dirigentes a mantenerse íntegros en la doctrina que han recibido, a ser reflexivos en su modo de pensar y que su estilo de vida sea intachable. Jesús también actuó con prudencia con sus palabras y gestos. Cuando intentaban acusarlo de algo, siempre tenía una respuesta acertada porque argumentaba muy bien. Cuando los fariseos lo acusan de “curar en sábado”, replica de modo inteligente: “¿Qué está permitido en sábado: hacer el bien o hacer el mal; salvar una vida o destruirla?” (Mc 3,4). Jesús actúa con prudencia porque pone la curación del enfermo por encima del cumplimiento de la ley y lo justifica con buenos argumentos, adquiridos de la experiencia, en la observación de la realidad, en la reflexión sobre la vida y, sobre todo, en el estudio de las Escrituras. Jesús también enseña a sus discípulos a que “sean prudentes como las serpientes y sencillos como las palomas” (Mt 10,16). La serpiente no se expone al peligro; más bien, se esconde en grietas o debajo de las rocas, donde puede observar lo que sucede sin ser vista, y se mueve sigilosamente, evitando llamar la atención.
La prudencia es la virtud que dispone a discernir el verdadero bien y elegir en consecuencia los medios para alcanzarlo. Se basa en la memoria del pasado, el conocimiento del presente y la previsión de las consecuencias de las decisiones. Indica la medida justa de las demás virtudes, entre el exceso y el defecto, entre la exageración y la carencia o la mediocridad.
Audacia e inteligencia
Para actuar con prudencia, el maestro debe pensar antes de actuar; no improvisa sus clases, sino que las planifica con esmero adaptando los contenidos y la metodología a la realidad de sus alumnos. Además, en el aula, debe tomar decisiones prudenciales. Todo ello requerirá una reflexión constante, un juicio acertado acerca de la realidad que no la deforme, amén de un tiempo acotado en el cual tomar la decisión, porque no se puede postergar indefinidamente. El maestro aprende la prudencia reflexionando sobre la práctica educativa con sus alumnos. Para ello, debe tener como un referente el ejemplo de otros maestros y el aporte de los grandes pedagogos. No hay problemas con los que se encuentre un maestro que antes no hayan sido abordados por otros. Estará dispuesto a consultar antes de precipitarse en una decisión irreflexiva.
La prudencia exige que el maestro actúe con inteligencia, es decir, conozca bien la materia y el método para enseñarla. Estudiará las aptitudes e índole de los niños para que las lecciones estén a tono con su capacidad y sus necesidades, procurando hacérselas verdaderamente útiles. El maestro prudente no tiene miedo a tomar decisiones audaces siempre y cuando sean necesarias para el bien de sus alumnos. El inmovilismo en las decisiones son fruto del miedo, de la ignorancia y de la comodidad. No es prudente dejar de tomar decisiones necesarias por miedo a equivocarse. El maestro debe sopesar los pros y las contras de una decisión, y tomarla, aun a riesgo de que no sea la más oportuna. Ya tendrá la oportunidad de corregir su decisión en base a la experiencia. Decía Benedicto XVI que “la prudencia no significa no aceptar responsabilidades y posponer decisiones, significa comprometerse a tomar decisiones conjuntas después de reflexionar responsablemente sobre el camino a seguir”.
Para ser prudentes como serpientes, es necesario aprender a discernir cuidadosamente: “Hermanos, no seáis niños en el modo de pensar, sino sed niños en la malicia, pero maduros en el modo de pensar” (1 Cor 14,20). Así como san Pablo aconsejó en sus cartas la virtud de la prudencia, del mismo modo, el maestro la necesita para ejercer su misión apostólica entre sus alumnos.