Identidad, valentía y sinceridad
En abril, se estrenó "Amén: Francisco responde", en el que diez jóvenes se reúnen con el Papa en Roma. Esta producción ha tenido una gran repercusión y no ha dejado indiferente a aquellos que han podido verla.
Seguramente, hemos leído o escuchado todo tipo de comentarios al respecto. En ese marco, hubo un aspecto que varios han señalado que me hizo pensar en mi propia experiencia. Por citar uno de los comentarios, un obispo de Argentina reflexionaba: “Aquí, yo solo pregunto en voz alta: salvadas todas las distancias («mutatis mutandis», decían los latinos), ¿este encuentro no se parece a los que curas, catequistas y obispos tenemos normalmente? En las visitas pastorales y encuentros, por ejemplo, con chicos de Secundaria, afloran cuestiones similares. Uno va desarmado, con un poco de ansiedad por lo que esos chicos quieran decir”. A mí también me hizo pensar en tantos profesores de Religión que, sin ser una figura como el papa Francisco, se encuentran con la posibilidad de establecer diálogos de este estilo. Recuerdo las veces que, en medio de la explicación de algún tema, la pregunta de un alumno derivaba en una conversación honesta que me ayudaba a mí como profesor y creo que también al grupo a poder razonar las cuestiones relacionadas con las enseñanzas de la Iglesia y entenderlas mejor.
Otro aspecto que se me hizo muy presente fueron las cualidades que el mismo Francisco plantea que debe tener el diálogo entre las personas, especialmente en atención a la diversidad. Menciona que un verdadero diálogo se construye desde “el deber de la identidad, la valentía de la alteridad y la sinceridad de las intenciones”. Explica que se habla del “deber de la identidad, porque no se puede entablar un diálogo real sobre la base de la ambigüedad o de sacrificar el bien para complacer al otro. La valentía de la alteridad, porque al que es diferente, cultural o religiosamente, no se le ve ni se le trata como a un enemigo, sino que se le acoge como a un compañero de ruta, con la genuina convicción de que el bien de cada uno se encuentra en el bien de todos. La sinceridad de las intenciones, porque el diálogo, en cuanto expresión auténtica de lo humano, no es una estrategia para lograr segundas intenciones, sino el camino de la verdad, que merece ser recorrido pacientemente para transformar la competición en cooperación”. En esa casi hora y media de encuentro, se pueden apreciar en diferentes momentos el modo en el que Francisco y los jóvenes pueden dialogar teniendo en cuenta estas indicaciones fundamentales.
Un diálogo desde la identidad
Se puede apreciar con claridad cómo el Papa es capaz de escuchar los diversos puntos de vista, e incluso algunos cuestionamientos, y a la hora de responder lo hace sin renunciar a lo que piensa y a lo que él representa como cabeza de la Iglesia. Ese diálogo es tan rico justamente porque se lo encara desde el deber de la identidad, superando la tentación de acomodar el discurso a los interlocutores. Asimismo, es un aspecto destacable la valentía tanto de cada uno de los jóvenes como del Santo Padre de plantear sus posturas y sus pensamientos y, al mismo tiempo, tener la capacidad de escuchar opiniones diferentes. Francisco les agradece esto especialmente: “Gracias a cada uno de ustedes. Cada uno se ha jugado por decir la verdad, y me gustó, porque lo dijo con su propio temperamento. […] Yo aprendí mucho de ustedes, a mí me hizo mucho bien y les agradezco el bien que me han hecho”. Y es notoria la sinceridad de los propósitos de los participantes del encuentro, sin segundas intenciones, sino sobre todo el deseo de compartir las propias experiencias e intentar llegar juntos a algunas respuestas, que en algún caso se encontraron, y en otros seguramente no. El Papa lo explicita cuando le dice a una de las jóvenes: “No te quiero convencer, para nada. Te respeto”.
“Esto es un poco el camino de la Iglesia, todos hermanos, todos unidos, con su punto de vista, su posición, cada uno más distante, menos distante, pero hermanos. Fraternidad, estamos andando adelante, pero esta fraternidad no la tenemos que negociar nunca”, les dice Francisco a los jóvenes, y también nos dice a cada uno de nosotros. Es un horizonte esperanzador para estos tiempos que vivimos.
Fraternidad, estamos andando adelante,
pero esta fraternidad no la tenemos que negociar nunca