Vocación y amor pedagógico
Algunos podrían llamarla “crisis vocacional”. En ciertos ambientes, se hace difícil encontrar jóvenes que quieran dedicarse a enseñar, ya que no parecería ser una opción viable que les permita desarrollar su proyecto de vida.
Además de los jóvenes, también encontramos a educadores que, tras varios años en el ejercicio de la actividad, se plantean dejarla cuanto antes. En el contexto de Argentina, en el que el régimen de jubilación para este sector posibilita que un docente se pueda acoger al beneficio jubilatorio al llegar a los cincuenta años de edad y cumplimentar algunos requisitos, no son pocos los que están esperando con ansias ese momento para ponerle punto final al trabajo en la escuela. Mi experiencia acompañando la tarea de docentes, y especialmente de directivos, me muestra que este deseo de salir de la tarea en la mayoría de los casos es expresión de un cansancio que no está relacionado principalmente con el acto educativo. Como me decía en una oportunidad un directivo con muchos años de actividad, y que estaba contando las horas para poder pensionarse, “nadie se cansa de la docencia por tener que enseñar las reglas gramaticales o las operaciones matemáticas, te cansa todas las otras cosas que pasan en la escuela”.
Esas otras cosas son conocidas por todos y, más allá de las particularidades de cada región, lamentablemente van adquiriendo un carácter universal. Cierto desprestigio de la autoridad docente, malas condiciones laborales, pobre infraestructura edilicia, falta de políticas educativas acordes a los desafíos de este tiempo, ausencia de incentivos para la formación permanente y situaciones de violencia dentro de las instituciones educativas que llegan a afectar directamente a los educadores, entre otras, pueden hacer que los que alguna vez sintieron un llamado que los hizo elegir esta profesión puedan experimentar como lejano aquello que los inspiró a seguir la vocación por la educación.
Por eso, más allá de la apremiante necesidad de que cambien estas condiciones que dificultan el ejercicio de la docencia, y sobre todo dificultan que pueda llevar a cabo su propósito con la gravedad que supone esto para los niños y jóvenes que forman parte del sistema educativo, se hace fundamental volver a encender la llama de la vocación. Estamos hablando de aquel llamado que fuimos descubriendo a lo largo de los años y que nos impulsó a llevar adelante nuestro proyecto de vida.
El término “amor pedagógico” es otra forma de denominar a ese motor que impulsa la tarea educativa y que hace posible que se expanda la vocación. Nos referimos a esa actitud interior que mueve al educador a enseñar porque lo que quiere es el bien del otro. Como puede pasar en las relaciones personales, es fundamental alimentar esa llama para que no se apague, a pesar de los vientos que soplan fuerte en el contexto actual. Si se apaga, habrá que tener la suficiente honestidad para asumir que no hay que continuar, porque los alumnos no necesitan funcionarios de la educación, sino hombres y mujeres enamorados de lo que hacen y que buscan enamorarlos en el camino del conocimiento de sí mismos a través del acceso al mundo de la instrucción y la cultura.
Alimentando la llama
En clave cristiana, toda vocación surge del llamado primero que nos hace el Señor a ser sus amigos y a compartir esta buena noticia con los demás. Y esta vocación se convierte en misión. Como decía el papa Francisco en Evangelii gaudium, “yo soy una misión en esta tierra, y para eso estoy en este mundo. Hay que reconocerse a sí mismo como marcado a fuego por esa misión de iluminar, bendecir, vivificar, levantar, sanar, liberar. Allí aparece la enfermera de alma, el docente de alma, el político de alma, esos que han decidido a fondo ser con los demás y para los demás. Pero si uno separa la tarea por una parte y la propia privacidad por otra, todo se vuelve gris y estará permanentemente buscando reconocimientos o defendiendo sus propias necesidades”.
Que alimentando la llama del amor pedagógico podamos volver a decir que sí a ese llamado que nos hizo asumir esta misión y que como docentes de alma sigamos haciendo el bien por medio de la educación.
Los alumnos no necesitan funcionarios de la educación, sino hombres y mujeres enamorados de los que hacen