Repensar la ERE en pandemia
El impacto de la pandemia es manifiestamente global. Y global no solo geográficamente, sino también en cuanto al tejido entero de las actividades humanas. Y, desde luego, las religiosas no están exentas del impacto.
Sin duda, el impacto de la pandemia ha tenido y sigue teniendo repercusiones claras y graves en el mundo de la escuela. Hace algunos meses, la Comisión Europea promovió una iniciativa para contrarrestar los efectos negativos de esta crisis: se trata de un plan para promover la educación de los ciudadanos en las competencias digitales en toda la Unión Europea. Son competencias que hay que fomentar en las infraestructuras del mundo del trabajo y de los servicios y que hay que incrementar en los currículos. Más específicamente, como parte del plan se perseguirá una amplia serie de iniciativas, entre ellas “la presentación de recomendaciones para el aprendizaje a distancia para la Enseñanza Primaria y Secundaria, el desarrollo de líneas guía sobre el uso de la inteligencia artificial en clase, la promoción de la alfabetización digital y la creación de un certificado europeo de competencias digitales”. En una videoconferencia conjunta, los ministros de educación de los países miembro aprobaron el proyecto de un espacio europeo de educación desde ahora hasta 2025, que prevé cinco prioridades estratégicas, también para superar los efectos negativos de la COVID-19: apuntar a una escuela inclusiva y no discriminadora, apuntar a un lifelong learning (aprendizaje durante toda la vida para toda la ciudadanía), cualificar las competencias profesionales de los docentes, reforzar la enseñanza superior europea y apoyar la transición ecológica y digital.
La educación religiosa escolar (ERE) en Europa no es ajena a estas iniciativas. También ella se ha visto seriamente penalizada. Todo docente de Religión podría relatar su historia, distinta de muchas otras, pero también muy similar. Clases de niños atemorizados, adolescentes desorientados, profesores impotentes para encontrar una respuesta creíble frente a un drama tan grande. La enseñanza a distancia, aun pudiendo ser una solución técnica para algunas materias, revela toda su extremada fragilidad e inadecuación en la hora de Religión. Y no es solamente cuestión de ausencia física entre el profesor y su clase, porque los problemas de fondo son de naturaleza mucho más profunda y decisiva para el mañana de la ERE. Dichos problemas tienen que ver con el sentido mismo de enseñar y aprender religión en el tiempo de la COVID-19. Los docentes y adultos en general no somos más los mismos que hace un año. Los alumnos tampoco. La materia que enseñamos no es ya la misma, no puede ser la misma. La pandemia nos ha arrojado a la cara interrogantes colosales, inéditos e impostergables: sobre nuestro lugar en el mundo, sobre los límites de la ciencia, sobre el modelo de sociedad, sobre los abusos contra el medioambiente.
Repensar el problema educativo
Será inevitable repensar de raíz el horizonte del problema educativo, en particular el nuevo perfil de la enseñanza religiosa. Capítulos enteros de nuestra polvorienta teología tridentina y de nuestra orgullosa antropología ilustracionista eran vetustos ya antes de la pandemia; con más razón han envejecido ahora. Ahora que “hemos salido de la cristiandad” y “hemos entrado en un cambio de época”, ahora que desde Abu Dabi ha venido un mensaje, no retórico ni irénico, de impostergable “fraternidad universal”; ahora que un Papa se dirige a la tierra de Abrahán para recordarnos el único origen de estas tres creencias mediterráneas que durante siglos estaban convencidas, cada una en nombre de su propio Dios, de tener que librar su propia “guerra justa” contra las otras dos; ahora que ha llegado para toda la humanidad el tiempo del cuidado de la casa común (Laudato si’), porque “todos estamos en la misma barca”; ahora que se ha firmado un pacto educativo global para una “ecología integral” que compromete las conciencias de políticos y educadores, que puede reanudar los vínculos vitales entre las generaciones, que puede sanar las relaciones entre la persona y sus semejantes, entre la persona y la naturaleza, entre la persona y Dios; y ahora que una cruel pandemia nos ha hecho abrir los ojos sobre tantos errores fatales que estábamos cometiendo y de los cuales solo podrá redimirnos una responsabilidad ética consciente y colectiva.
Los docentes y adultos en general no somos más los mismos que hace un año.
Los alumnos tampoco