Alteración y ensimismamiento
La alteración, salir de sí mismo para establecer un diálogo, solo es posible si, previamente, se realiza otro movimiento paralelo: el ensimismamiento, hurgar para conocerse a uno mismo.
La salida de sí mismo, el movimiento extático, es una de las condiciones fundamentales del diálogo. Esta salida de sí, como dice Emmanuel Mounier (1905-1950), padre del personalismo comunitarista, supone el movimiento básico de la comunicación interpersonal. Uno sale de sí mismo, de sus adentros, para dar a conocer lo que lleva dentro de su intimidad, para revelarlo. Este movimiento requiere previamente un movimiento ad intra. Solo se puede dar lo que se tiene, solo se puede expresar lo que se sabe. El movimiento hacia fuera es lo que José Ortega y Gasset (1883-1955) denomina “alteración”, pero este movimiento solo es posible si, previamente, el ser humano realiza otro movimiento paralelamente, el ensimismamiento, el hurgar dentro de sí mismo.
Al salir de sí mismo para revelar su mismidad, el ser humano debe hallar las palabras adecuadas, los gestos apropiados para hacerse entender, tiene que encontrar una forma de construcción sintáctica de su vida interior, para no traicionar eso que lleva en sus adentros. Esta salida de sí supone, de hecho, un olvido de sí. Cuando uno sale de sí, se olvida de lo que es, para adaptar su mensaje al otro, pero, al hacerlo, no se niega a sí mismo, sino que, precisamente, se da a conocer tal como es a los demás. Este movimiento puede leerse en clave antropológica, pero también en clave teológica. En el diálogo interpersonal, un ser humano sale de sí para expresar lo que es, pero ese contenido solo cobra vida y sentido si existe otro ser humano con voluntad y capacidad de recepción.
Para el creyente, la revelación de Dios en la historia es, precisamente, este movimiento extático, esta salida de sí. Dios se da a conocer en el mundo, de tal modo que se produce una ruptura del nivel ontológico, en palabras del historiador de las religiones y novelista Mircea Eliade (1907-1986). Lo eterno se hace presente en el tiempo, lo infinito se manifiesta en lo finito. Dios crea el mundo, pero, además, se manifiesta en ese mundo creado, revela su naturaleza a través de la palabra que vierte en la historia. Esta salida de sí de Dios solo tiene sentido si existe alguien dispuesto a recibirlo, a acogerlo. Al salir de sí mismo, Dios no deja de ser Dios, no se niega a sí mismo; hace partícipe al ser humano de su naturaleza, de su ser. Esta salida, en el caso de Dios, no obedece a ninguna necesidad.
Un diálogo dramático
Escribe Karl Rahner (1904-1984): “Dios quiere comunicarse. El obrar de Dios a lo largo de la historia no es un monólogo que Dios realice para sí mismo, sino un largo y dramático diálogo entre él y la creatura. En él concede Dios al ser humano la posibilidad de dar una respuesta auténtica a su palabra” (Dios, amor que desciende, Sal Terrae, Santander 2009, 20). En el diálogo, la salida de sí obedece a los dos móviles fundamentales. Uno sale de sí porque anticipa que su interlocutor sabe cosas que él no sabe, porque presupone que ha vivido experiencias que él desconoce y necesita que se las cuente; pero este no es el único móvil. El ser humano también sale de sí con otro fin: dar generosamente lo que ha vivido, regalarlo, ponerlo a disposición del otro.
Por su parte, Ludwig Feuerbach (1804-1872), filósofo y crítico de la religión, indica: “El pensamiento se exterioriza solo mediante imágenes; la capacidad de exteriorización del pensamiento es la imaginación; pero la imaginación que se exterioriza es precisamente el lenguaje. Quien habla cautiva y hechiza aquel a quien habla; pero el poder de la palabra es el poder de la imaginación” (La esencia del cristianismo, Sígueme, Salamanca 1975, 124). “La palabra [escribe el autor de La esencia del cristianismo (1841)] es el pensamiento en imágenes, patente, radiante, brillante e iluminativa. La palabra es la luz del mundo. La palabra conduce a toda verdad, revela todos los misterios, ilumina lo invisible, actualiza lo pasado y remoto, hace finito lo infinito y eterno lo temporal” (íbid).