Huir no es la solución
La huida es la salida fácil, pero es una falsa salida. Cuando uno experimenta rencor, envidia, culpa o, todavía peor, remordimiento o desesperación, no hay modo de escapar a estos males del alma.
La huida no es la solución. Huir es un modo instintivo de escapar del peligro, de lo que nos sobreviene, de los dramas de la existencia, pero la huida es una falsa salida, una aparente escapatoria. La huida no resuelve el problema, pues, aunque uno huya, el problema subsiste. Puede desentenderse de él un período de tiempo, ignorarlo, pero eso no lo resuelve ni salva la situación. El temeroso huye; el audaz se enfrenta a él, sin tener ninguna garantía de solventarlo.
Cuando el problema está localizado en una área geográfica, uno puede desplazarse a otro lugar, viajar, para tomar distancia de él y escapar del núcleo conflictivo, pero, cuando el problema está dentro de la persona, en su interior, no puede escapar a ningún lugar, porque, vaya donde vaya, por lejos que sea, el problema va con él.
Entonces, la huida se practica mediante la distracción, que es una forma de evasión. Ya no se trata de moverse, sino de ocupar la mente con algo distinto, de entretenerla con bagatelas con tal de que el problema, el drama, no emerja.
Esta contención es un ejercicio condenado al fracaso, porque, tarde o temprano, por algún intersticio, el problema aflora a la superficie y uno no tiene otro remedio que afrontarlo con entereza.
La pérdida de un ser amado, de un vínculo, de un trabajo valioso, de un buen estado de salud o del reconocimiento social genera pena, pero uno no se cura de la pérdida con la huida, porque la huida no es la solución. No tiene sentido recomendar a alguien que sufre una pena que se entretenga con algo distinto, que viaje, que se evada de su realidad, que trate de no pensar en ello, porque, tarde o temprano, la pena se abre camino por algún hueco y aflora a la superficie.
Cuando todo se desmorona, la huida es completamente estéril y, sin embargo, es lo que recomendamos a quienes lo han perdido todo. Las enfermedades del alma, bella expresión de la filósofa, teórica y escritora francesa, Julia Kristeva (Sliven, Bulgaria, 1941), no se curan a través de la huida.
Evasión, falsa salida
A veces, preferimos huir que hablar, escapar que sentarse, cara a cara, para afrontar la situación. Ponemos mil excusas, un montón de pretextos y de argucias con tal de evitar el violento rostro a rostro, el arrepentimiento, la solicitud del perdón, el proceso de reconciliación y todo lo que conlleva, en especial, resarcir los males causados.
Mejor huir, mejor escapar, dejarlo para mañana (decimos en nuestros adentros) pero, de este modo, se aplaza, indefinidamente, la cuestión y la herida se agrava cada vez más.
La huida es la salida fácil, pero es una falsa salida. Cuando uno experimenta rencor, resentimiento,
envidia, culpa o, todavía peor, remordimiento o desesperación, no hay forma de escapar de estos males del alma. La huida no redime. Los fármacos tampoco tienen potencia para aliviar los males del alma. El mal permanece dentro y, con el tiempo, adquiere más profundidad.
Cuando los dioses de cartón-piedra se desmoronan, cuando las construcciones tecnológicas se derrumban, se hacen añicos y explotan en mil pedazos; de nada sirve transitar hacia otras divinidades del mundo material y poner, de nuevo, la confianza en ellas, porque uno entiende que también experimentarán el mismo sino.
Cuando todo se deshace, cuanto todo lo que has amado está sujeto a la corrupción, solo caben tres posibles opciones: la huida, que es una falsa salida; la asunción estoica de la corrupción; o bien la fe en algo sólido, inmutable, permanente, donde uno pueda asentar los dos pies cuando todo se resquebraja.
La huida no resuelva el problema, pues aunque uno huya, el problema subsiste