Interdependencias
El miedo a suplicar ayuda está muy extendido en la sociedad, se prefiere no depender de nadie. Y, sin embargo, todos, sin excepción, necesitamos ser cuidados, todos somos dependientes.
En nuestro entorno cultural y social, la autonomía ha sido sacralizada, se ha convertido en el valor axial. Se educa a los niños para que sean ciudadanos autónomos, se asiste a los pacientes para que puedan tomar decisiones libres y responsables. Cada uno defiende, con los dientes, su autonomía, y no está dispuesto a ceder cotas de soberanía a los demás. La autonomía se relaciona con la madurez moral, con la responsabilidad, con la consecución de la mayoría de edad. Es autónomo quien es capaz de pensar por sí mismo, de gobernar sus pasiones, de actuar conforme a la ley moral que brota en él, lo cual requiere vencer el estado autoculpable de minoría de edad y la servidumbre de las inclinaciones.
En el imaginario colectivo, la felicidad se relaciona con la autonomía. Un ser feliz es independiente, puede gobernarse a sí mismo. Esta felicidad se interrumpe cuando emerge la dependencia. Es una felicidad tan efímera como voluble, porque este supuesto estado de independencia no solo es provisional, es inexistente. Si la felicidad se funda en él, este estado es inalcanzable para muchos seres humanos en varios episodios de sus vidas. También la noción de dignidad se vincula al concepto de autonomía. Uno dispone de una vida digna cuando es capaz de decidir por sí mismo, de ser el protagonista de su existencia, de no tener que depender de nadie.
Muchos prefieren dejar de existir si anticipan que sufrirán algún tipo de dependencia. Prefieren no depender de nadie que vivir dependiendo de otros seres humanos. Lo fundamental es no ser una carga para nadie, sobre todo para los más allegados. El miedo a suplicar ayuda, a convertirse en un objeto de cuidados, está muy extendido en nuestra sociedad. Y, sin embargo, todos, sin excepción, necesitamos ser cuidados. La dependencia se rehúsa como la peste. Se vive con humillación la necesidad del otro. Y, sin embargo, todos somos dependientes. Nos necesitamos mutuamente para vivir, porque no somos seres autárquicos.
La interdependencia es el sino de la condición humana. Necesitamos un inmenso abanico de elementos exógenos para desarrollar nuestra breve y efímera existencia. Dependemos del aire, del agua, de la presión atmosférica, de la temperatura, de un conjunto de condiciones básicas para que pueda darse la vida en el planeta. La confrontación entre dependencia e independencia es clave para entender al ser humano. Somos sustantivamente dependientes, pero aspiramos a gobernarnos autónomamente. La confrontación entre ambos estados es clave para entender el drama de la existencia. Nos educan con el fin de ser autónomos y, sin embargo, esta autonomía está siempre amenazada.
Nuestra vulnerabilidad
Cuando irrumpe la situación límite, la independencia explota como una burbuja. Cuando uno está enfermo, se da cuenta de cómo necesita a los demás para sobrevivir. Cuando uno sufre un severo fracaso en su vida, se percata de la necesidad que tiene de los demás para salir adelante. La vulnerabilidad nos permite descubrir nuestra radical insuficiencia. Cuando la percibimos en nuestras carnes, el sueño de la independencia se desvanece. El miedo a depender de alguien es habitual en nuestro entorno cultural y social. La felicidad, tal como se presenta en las autopistas de la comunicación, radica en no depender de nada ni de nadie. Entendida así, no es extraño que la experiencia más común sea la de la infelicidad. Todos, de un modo u otro, en un grado y otro, dependemos de factores ajenos a nuestro ser. En el mundo en el que nos ha tocado vivir, la dependencia es vergonzante. Se ha transformado en un pecado social. Nadie puede ser dependiente y, si percibe que lo es, trata de disimularlo. Y, sin embargo, la vida humana está penetrada por todo tipo de interdependencias. Somos dependientes, no podemos escapar de la dependencia, aunque es fácil admitir grados y niveles de dependencia en virtud de nuestras características.
Nos necesitamos mutuamente para vivir,
porque no somos seres anárquicos