Andrés
Publicado en el número de febrero 2021 (no publicado)
Ser profesor de Religión se parece a lo de los peces en el río del villancico, que sucede y sucede, y vuelve a suceder… Promovido por el Instituto de Vida Religiosa de la Facultad del Norte, en Vitoria, se acaba de celebrar online un taller sobre la asignatura de Religión. Y ha vuelto a suceder. El órgano de la cultura ha desatado los poderosos sones de más allá de las estrellas, en armonía con los de lo más hondo de los pilares de la tierra.
Me tocó animar las cuatro horas de la mañana del sábado. Saludamos a Aquel que está de cuerpo entero, con nosotros, velando por las cosas. Inmediatamente, la sintonía de Eurovisión nos zambulle en el río de la cultura. ¡Sorpresa!, es el preludio de un Te Deum de Charpentier. Ayudado por el de Morricone, de la película La Misión, contemplamos el bello canto de la tierra, nueva Jerusalén, cuando se establece la justicia de la ecología integral que quiere el Padre. Los participantes en el taller reflejan toda una constelación de estrellas que dan más concreción y pueblan el círculo de doce (Ap 12,1), logo de Eurovisión. Veo a Mary Ward, a Eufrasia Laconis, a san Antonio con Clara y Agustín, a Santiago… y a Andrés. Con él celebramos los doscientos años de su respuesta a la llamada del Corazón. Los corazonistas -mayoría en el taller- quieren, como Jesús, “estar de corazón en cada cosa”. Y es que Andrés Coindre era así, un destroza-refranes. Para él, del dicho al hecho, no hay ningún trecho; predicar es dar trigo. Otro Vicente de Paúl. En 1815 se hace visitador habitual de las cárceles de Lyon, y escucha la llamada a cuidar de esos niños y jóvenes. Es curioso, ese año nace Don Bosco. La apasionada entrega de Andrés a la “misión” es fuente de escuelas. Escuela pide Hermanos. El Hermano-maestro es confianza, siempre es posible una vida digna. Es proximidad, autoridad y mansedumbre, fe ilustrada. “La religión, hija de la luz, es bella, amable, augusta”. Es escuela.