Currículo
La nueva ley (LOMLOE) no es nueva. No puede ser nueva una ley gestada contra el pacto educativo global. Nace a escondidas, aprovechando la noche oscura de una pandemia; con nocturnidad, por el cierre ilegal de la sede de la soberanía del pueblo; y alevosía, con un parto asistido por insolidarios cuya identidad se traduce siempre en dinero detraído al resto, y por herederos de un poder logrado a precio de sangre inocente. Lo peor de cada casa; lo decente, o amordazado con un cargo o fuera de la foto. No puede dar luz una ley que desprecia al alumno al ignorar a familias, instancias educativas y la propia cultura.
Por eso produce más asombro, y verdadera satisfacción, todo el proceso que está siguiendo desde el principio la Comisión Episcopal para la Educación y Cultura en el desarrollo del currículo de Religión. Parecen verdaderamente empeñados en dar vida a la sabia máxima jurídica: “Lo que a todos atañe debe ser decidido por todos”. Así está siendo ad intra. Ad extra, sus iniciativas parecen chocar contra la pared de quien manda. Los contenidos del currículo, expuestos a público examen, buscan dar con ese punto de equilibrio que posibilite el diálogo fecundo entre las urgencias de la realidad (a la que nos debemos) y la ineludible instancia de lo perenne. De ahí que se parta de la dignidad de la persona, imagen de Dios. Persona dice relación, y un entorno a cuidar, a semejanza del Padre. Solo las relaciones de fraternidad, por tanto, dan razón de los verdaderos vínculos que lo unen todo en esta casa común. Que esto no es mera elucubración mental lo muestra el ingente patrimonio que nos han legado los grandes modelos de dignidad humana. Esta herencia se convierte en tarea: interiorizarla. Y, al hacerla nuestra, descubrir “aquella eterna fonte que mana y corre, aunque es de noche”: Jesús.
Revista RyE N.º 354 Noviembre 2021