Serotonina, endorfina, oxitocina y dopamina
Uno de mis hijos me decía, el día antes de empezar el colegio, que por fin iba a ver a un amigo que llevaba un año sin ver físicamente. La pandemia ha debilitado muchas cosas, como las relaciones personales y de cuidado, fundamental para el ser humano. Una de las constataciones de los organismos de salud ha sido que la salud mental de los adolescentes es la que más ha sufrido. Han estado expuestos a silenciosas amenazas: ansiedad, depresión, trastornos de sueño y alimenticios, trastornos compulsivos o adición a las pantallas. Mientras que la infancia tiene más facilidad de absorber y adaptarse a los cambios, los adolescentes tienen más problemas de adaptación, porque se pone en juego los miedos y la estabilización de las relaciones de reconocimiento, reciprocidad y referencia. Comenzar en un curso nuevo presencialmente no solo es necesario, sino que supone un reto para las escuelas. Habiendo aprendido a moverse en cierta incertidumbre, ahora los docentes se plantean la necesidad de cuidar aquello que se ha dañado en el tiempo más fuerte del confinamiento. Las relaciones enfriadas, los cambios físicos y psicológicos que no se han acompañado, las identidades que no han dejado de buscarse y transformarse, los hábitos perdidos y los compromisos a retomar. La pastoral del cuidado tiene especial importancia este año. Puede ser agente del equilibrio del cuarteto saludable: serotonina, endorfina, oxitocina y dopamina. Es decir, cantar, saltar, desahogar, reír, abrazar. Pero también hay otro cuarteto en el que puede actuar la pastoral del cuidado: amistad, gratuidad, espiritualidad, solidaridad. Sentirse acogido y escuchado, crecer en vida interior, reforzar la empatía y la fidelidad al otro son las claves de la vivencia y la supervivencia en este mundo. La pastoral del cuidado debe dotar este otoño (más que nunca) de estas dimensiones personales para sanar y reactivar la vida recién descubierta de los adolescentes.