Este era el camino
Es verdad que no está todo dicho en la LOMLOE sobre la clase de Religión, que quedan meses para conocer cómo quedará anclada en el sistema educativo o para saber si será computable o cuál será su carga lectiva. Es verdad que esas decisiones dependen de la regulación que haga el Ministerio de Educación y Formación Profesional y de los desarrollos posteriores de las comunidades autónomas, y que habrá que estar vigilantes en ese proceso. Esta situación de incertidumbre, ciertamente, ya la hemos vivido en cada cambio de ley y nos tendrá preocupados hasta ver el texto publicado en el Boletín oficial del Estado. Sin embargo, en esta ocasión, la Comisión Episcopal para la Enseñanza y Cultura no se ha limitado a ser espectadora de la decisión de otros y ha realizado dos movimientos que expresan, nítidamente, el histórico compromiso de la Iglesia con la educación y que revelan también un modo de comprender la corresponsabilidad. Un primer movimiento: desde el mes de julio, la mano ha estado tendida hacia el Ministerio en la búsqueda de una ley en la que todos se pudieran sentir implicados y reconocidos. La oferta de la Comisión Episcopal para la Enseñanza y Cultura de explorar caminos para una nueva integración escolar de la enseñanza religiosa escolar (ERE) ha sido reiterada estos días y la pelota sigue en el tejado del Ministerio. ¡Ojalá se encuentren soluciones satisfactorias! El segundo movimiento es de puertas adentro y ha servido para hacernos sentir parte y para subrayar la importancia de contar con todos los implicados en la ERE para responder, desde la escuela y desde el currículo de Religión, a los retos y desafíos que los sistemas educativos y la humanidad tienen por delante. Esa corresponsabilidad y esa invitación a la implicación interna es el camino que sugiere Francisco en su iniciativa de un pacto educativo global por la educación, y ha llegado el momento de atreverse a transitarlo.
Esa corresponsabilidad y esa invitación a la implicación interna es el camino que sugiere Francisco