Educar una cultura de esperanza
Se suceden los diferentes jubileos en Roma. En febrero se ha celebrado el de la cultura y las artes. El compromiso compartido fue crear cultura de esperanza y proponer la revolución de las bienaventuranzas.
El Jubileo del Mundo de la Cultura y de los Artistas fue organizado y coordinado por el Dicasterio para la Cultura y la Educación, con un programa de actividades, audiencias y celebraciones con el Papa, que se adaptó a la situación de enfermedad de Francisco que no pudo presidir ni las audiencias jubilares en la plaza de San Pedro ni las celebraciones en la basílica. Sí se pudieron celebrar otros actos previstos en colaboración con los Museos Vaticanos, para directores de museos, operadores del mundo del arte e instituciones académicas y culturales; en colaboración con el Ministerio de Cultura italiano, Cinecittà y los estudios de Roma; la presentación del proyecto del maestro Yan Pei-Ming en Via della Conciliazione; y la exposición de la italiana Raffaella Perna en el Dicasterio.
Abierto a todos fue convocado por el Dicasterio para la Cultura y la Educación, en colaboración con la basílica de San Pedro, el gesto más emblemático del Jubileo del Mundo de la Cultura y de los Artistas: el paso por la puerta santa, que, además, daba acceso a un recorrido espiritual y cultural en la basílica en un cuidado ambiente musical y artístico. Toda una experiencia estética y religiosa para quienes pudimos vivirlo.
La celebración principal, en ausencia de Francisco, fue presidida por el cardenal portugués José Tolentino de Mendonça, que leyó la homilía preparada por el Papa y en la que invitó a todos los actores del mundo de la cultura y de las artes a “ser testigos de la visión revolucionaria de las bienaventuranzas”. Su misión, añadió, “no solo es crear belleza, sino revelar la verdad, la bondad y la belleza escondidas en los pliegues de la historia, dar voz a quien no tiene voz y transformar el dolor en esperanza”. Todo en un tiempo de crisis compleja que es, ante todo, crisis del alma, crisis de sentido. En este mundo, insistía la homilía de Francisco, la cultura y el arte tienen la tarea de ayudar a la humanidad a no perder la dirección de la esperanza. Citando al poeta británico y sacerdote jesuita Gerard Manley Hopkins, recordó que “el mundo está cargado de la grandeza de Dios”, y nuestra misión es descubrir y revelar esa grandeza escondida, hacerla visible a nuestros ojos y a nuestros corazones. El artista es sensible a esas resonancias y, con su obra, realiza un discernimiento que ayuda a los demás a percibir los diferentes ecos de este mundo.
En un anterior discurso de Francisco a los artistas, con motivo del cincuenta aniversario de la colección de arte moderno en los Museos Vaticanos, había explicado cómo la belleza es reflejo de la armonía: nos ayuda a sentir que la vida se orienta a la plenitud, porque en la belleza se percibe la nostalgia de Dios. Por eso, cultivar la belleza, en todos sus lenguajes artísticos, sociales y culturales, es una oportunidad para hablar de Dios en el mundo contemporáneo. De hecho, decía Francisco, muchos confían hoy que el arte y la belleza vuelvan la mirada de nuestro tiempo hacia Dios.
La belleza, la bondad y la verdad
Desde nuestra tarea educadora, asumimos la responsabilidad de acoger en las aulas las artes y la cultura, de transmitirlas, de analizarlas críticamente, de cuidarlas y mejorarlas con las nuevas generaciones. Es urgente comprender en todo el significado la cultura heredada, con sus expresiones artísticas y sociales, su desarrollo histórico, sus luces y sombras; y es importante asumir la responsabilidad de los niños y jóvenes para hacer avanzar las artes y las culturas, no solo heredarlas. En estos procesos educativos, la cultura, la belleza y el sentido son imprescindibles.
Así, parece urgente recuperar en mejor medida aquellos trascendentales que han quedado obsoletos en este tiempo pragmático y utilitario: la belleza, la bondad y la verdad. Desde luego, desde nuestro punto de vista, de estos trascendentales clásicos se derivan aprendizajes visibles e invisibles que no pueden faltar de ninguna manera en la enseñanza de la religión.
De estos trascendentales clásicos se derivan aprendizajes visibles e invisibles que no pueden faltar

