Anatomía 6: aparato digestivo
“El hombre es lo que come”. Es sentencia brutal, materialista, falsa. Sin embargo, contiene una buena dosis de realismo en antítesis a no menos falsos espiritualismos. En los países ricos, hay actualmente una nueva sensibilidad en favor del consumo de una comida sana, una dieta ajustada a las necesidades del organismo, frente a la comida basura. Hay, asimismo, extremos patológicos: la anorexia, la bulimia, otros trastornos alimenticios con resultado de una obesidad peligrosa para la salud y, por desgracia, cada vez más frecuente en todas las edades. La educación para la salud incluye, como capítulo mayor, educación en la comida, la cual, por cierto, habría de llegar a las familias, en particular, y a la sociedad, en general. Permítase reprobar aquí dos costumbres que envician a los niños. Una, la de la lluvia de caramelos en las cabalgatas de Reyes Magos (alternativa: una lluvia de cromos). Dos, las fiestas infantiles de cumpleaños en las que se atiborra a los pequeños con bebidas, chucherías y bollería insanas (alternativa: tortilla de patata, fruta).
En otras regiones un ocho por ciento de la población, más de ochocientos millones de personas, padecen hambre crónica. No se confunda con el apetito que una persona bien alimentada puede sentir tras muchas horas sin comer. Es hambre de hambruna.
Y, si hablamos del agua… Una de cada tres personas en el mundo, o sea dos mil millones, no tiene acceso seguro a agua potable no contaminada. Algún filósofo (o quizá teólogo, ya no recuerdo bien, pero eso poco importa) dice que su quicio reflexivo no es el “pienso, luego existo”, de Descartes, sino el “tengo hambre” de millones de humanos. El “hambre y sed de justicia” de la bienaventuranza ha de aspirar a justicia frente al hambre material y otras carencias en esos hombres y mujeres.