“Echados p’alante”
Se lo dije así, abiertamente: “¿Y desde cuándo la supuesta lucha contra un dictador te convierte en demócrata? Quien menos soporta a un dictador es otro dictador”. Presumía desde luego de progresista; en cada frase, el adjetivo “democrático”. Hasta para dictar nuestra memoria. Dime de qué presumes… Él pertenecía en realidad al género de los “echados p’alante”, rémora del progreso. Reflexión corta, mucho hablar y nula escucha. Por sus costuras se traslucía la carencia, un postureo impostado para sacar rédito. Era de los que, en la escuela, sueltan la tiza al menor resquicio de ascenso servil a tareas de coordinación, disfraz del mangoneo y escaso trabajo. Aquello que dice Pablo de los que viven sin dar palo al agua, “pero metiéndose en todo”. Entre sus méritos para el ascenso, repetir: “Educación laica, Religión fuera de la escuela”. Él había logrado su estatus académico, sin embargo, gracias a una congregación religiosa católica. Necesitaba taparlo. El profesor de Religión, que ha leído a Pablo, sabe que el apóstol dirige la carta a cristianos filipenses. Sabe que esos compañeros que no lo quieren en el aula no son enemigos. Que su identidad de profesor no la configuran ellos, pero pueden colaborar, sin saberlo, a dar densidad y hondura a esa identidad. Que hay que tomarlos en serio. Que el respeto que le merecen lo estimulará a “trabajar con sosiego para comer su propio pan”. El pan de cada día y el pan de la fe que es la vida del justo. Encontrará en ese “trabajo sosegado” multitud de compañeros laicos, creyentes y no creyentes, buenos profesionales, justos, entregados al servicio del alumno, su familia y la sociedad toda. Quizá hasta consigan que alguno de los “echados p’alante” se avergüence de su conducta. Una ocasión privilegiada para comprender, practicar y gustar lo que es la corrección fraterna que genera humanidad nueva. El justo vive de la fe, no del error del hermano.

