Abiertos a la iluminación
Cuando oímos el término “iluminación” nuestra mente evoca a los grandes místicos, como si a ese estado solamente tuvieran acceso un número reducido de personas con características muy especiales. En cambio, la iluminación está al alcance de todos.
Para orientar nuestra reflexión echaremos mano de un término usado en la tradición zen: El koan. Un koan es un problema que el maestro plantea al alumno para comprobar sus progresos. Muchas veces parece un problema absurdo, ilógico o banal. Para resolverlo el aprendiz debe desligarse del pensamiento racional común para entrar en un pensamiento más elevado. Tendrá que aumentar su nivel de conciencia para intuir lo que en realidad el maestro le está preguntando. El problema planteado trasciende el sentido literal de las palabras.
Pongamos el ejemplo de un Koan que nos servirá para extraer algunos aprendizajes vitales.
“Antes de la iluminación
cortamos leña, transportamos agua.
Después de la iluminación
cortamos leña, transportamos agua”
Aparentemente la iluminación no serviría para nada, ya que seguimos haciendo lo mismo. Elaborando un análisis más allá de lo literal podemos extraer excelentes aprendizajes de sabiduría vital. ¿Qué es lo que ha aportado la iluminación? Un cambio de perspectiva. Seguimos haciendo lo mismo y, a la vez, no es lo mismo. Eso que hacemos tiene otro sentido, está iluminado con una luz distinta.
Hay momentos “fuertes” en nuestras vidas que nos ayudan a ver las cosas desde otro lado, con otra visión, con otra perspectiva. Situaciones de peligro, de graves enfermedades, de fallecimientos o de ausencias, hacen que nos planteemos algún fundamento sobre nuestro estilo de vida y sobre nuestra forma habitual de orientarla. Seguimos haciendo lo mismo, es verdad, pero interpretamos y vivimos lo que nos sucede de una forma distinta. Estos momentos de “iluminación” suelen tener una enorme carga emocional-vital. Nos transforman, nos ayudan a enfocar todo con otra mirada viendo las cosas con una luz diferente. En definitiva, nos alumbran.
Aun así, ese fuego iluminador, salvo en casos muy especiales, se debe de ir alimentando; seguir “echando leña al fuego”, como solemos decir. Con la iluminación nos damos cuenta de que hay muchos aspectos de nuestra vida que podemos simplificar para centrarnos en lo esencial. Demasiada superficie no llena, por eso se requiere ahondar, profundizar. Siguiendo la frase inicial, debemos seguir “cortando leña”, debemos seguir cortando lo que no es necesario en nuestra vida para mantener vivo el fuego de nuestro espíritu, que es quien nos ilumina. Es lo mismo que sucede cuando se podan las ramas de los árboles para que crezca y se renueve la savia -esa energía vital, ese espíritu, que recorre su interior generando vida-. El proceso de “cortar leña, desde esta perspectiva, no es lo mismo que al principio. La “iluminación”, la situación vital emocionalmente potente y significativa, nos ha cambiado la mirada. Todo esto, en definitiva, es una invitación a mirar las cosas que hacemos diariamente con una luz diferente para llenarlas de sentido, iluminarlas.
Dos sugerentes citas para poner punto final a esta reflexión: “Aquel que conoce a las personas es razonable. Aquel que se conoce a sí mismo es iluminado.” (Tao te ching). “La iluminación no se encuentra, lo único que puedes hacer es estar abierto para que ella te encuentre.” (Don Winslow). Abiertos a la iluminación.