LAS CROQUETAS DEL FONDO DEL CONGELADOR
Si nos preguntan cuál es nuestra comida favorita, muchos de nosotros haremos alusión a este o aquel plato que tanto nos gusta y tantos recuerdos nos despierta y que cocinan o cocinaban nuestras madres o abuelas. Entre los top, cinco estrellas, algunos haremos referencia a la sopa de cocido, a la tortilla de patata o a las croquetas. ¡Las croquetas! ¡Qué ricas! ¡Las mejores, las de mi madre! ¿Te suena esta expresión? Y te preguntarás, ¿es tu madre una gran cocinera? Pues no, pero las hizo miles de veces y ahí está el truco de su punto exacto y de su perfección. La cantidad de veces que se repitió un proceso y el cariño y tiempo que se depositó en él, es lo que hicieron de ese sencillo plato, un auténtico manjar.
Últimamente se suceden las ausencias a mi alrededor. Hay muertes esperadas, otras inesperadas… pero todas ellas “nos vienen mal”. Nunca toca ni es buen momento para esto de que la muerte llame a la puerta de los cercanos. Sin embargo, ella, la muerte, es la única certeza que poseemos en la vida. No sabemos cómo, cuándo ni dónde, pero es una realidad que está presente y de la que vivimos a espaldas, sin querer mirarla a la cara. Es importante prepararnos para la partida y esa preparación dependerá de cómo hayamos vivido nuestro paso por este mundo. Por eso el mejor entrenamiento para la muerte es vivir la vida, la que tenemos ahora mismo, en este preciso instante. Vivirla con intensidad y siendo conscientes. Porque la vida es así de juguetona y no nos avisa de cuándo es el final de nuestro tiempo. Nos empeñamos, sin embargo, en vivir como si fuésemos eternos o como si esto no fuese con nosotros. Pues no es así. Lejos de querer tener una visión agorera o en modo “cenizo”, la invitación tiene que ver con tomar conciencia, saborear y VIVIR la vida… por si a la vuelta de la esquina nos encontramos con la muerte cara a cara. Nuestro tiempo es limitado y es fundamental ser consciente de en qué lo gastamos. Nada nuevo bajo el sol, que esto ya ha sido dicho: “Allí donde está tu tesoro, allí está tu corazón”. Aquello en lo que inviertes tu tiempo, en eso estás invirtiendo tu vida. ¡No lo malgastes!
Bien, pues como decía, últimamente personas cercanas que han fallecido, dejaron croquetas congeladas en el fondo de su congelador. Mª José, Rosario y Chema eran expertos en esto del “croqueteo”. Y muchas reflexiones surgen en torno a esas ricas delicias y las vivencias sobre ellas:
- Ellos gastaron su tiempo, es decir, su vida, en hacer algo para los demás. No sólo pretendieron alimentar, sino nutrir a los suyos. No sólo eligieron bien los ingredientes, sino que quisieron que los que las iban a degustar tuvieran una experiencia compartida en torno a la mesa. Dedicaron horas a hacer la bechamel, dejar reposar, dar forma, empanar… Si no fueron conscientes de ello, intuitivamente seguro que disfrutaron haciendo esto para los que les rodeaban.
- En ningún momento, seguramente, pensaron que serían las últimas croquetas que iban a hacer y que ni ellos mismo las degustarían. ¿Ves? A eso me refería con que vivimos como si fuésemos eternos y sin pensar que a la vuelta de la esquina puede estar el fin de nuestro tiempo. ¿Hubiese cambiado el escenario si lo hubiesen sabido? Seguramente no, pero hubiesen sido mucho más conscientes de lo que estaban haciendo y para quién lo estaban haciendo.
- También me surgen preguntas sobre, ¿para qué acumular tanto? En el caso de las croquetas todo está bien, pero en el resto de todas las cosas que nos rodean… Me cuestiono, ¿cuánto necesitamos para vivir? ¿Y para morir? ¿Cuánto de todo ello necesitaríamos si supiésemos que hoy es nuestro último día?
Comer esas “ultimas croquetas” para su familia es un acto sagrado, casi un sacramento, porque te transporta a algo más trascendente y más profundo que el hecho en sí. Te lleva al aroma, al crujiente, al tacto, al sabor… y también te lleva a esa persona, a los ratos compartidos, a la vida vivida, a todo lo bueno que había en ellas y que permanece en nosotros como un preciado tesoro. Esto lo explica estupendamente Leonardo Boff en su libro “Sacramentos de la vida”. Así, no terminaré haciendo una oda a las croquetas del fondo del congelador de mis amigos Mª José, Rosario y Chema, sino haciendo un gesto de profundo agradecimiento a su vida, a su tiempo en esta vida. Cada vez que les recordemos (re-cordar: volver a pasar por el corazón) volverán a nuestra piel, a nuestras papilas, a nuestro olfato… sus vidas…