Una globalización con alma
El mundo se ha convertido en una gran red donde todo está entrelazado, pero mayoritariamente desde un sesgo económico. ¿Qué papel juegan la ética, la moral y la crítica en todo esto?
La globalización, como el ser, se dice de muchas formas. Vivimos simultáneamente varios procesos de globalización en paralelo. El mundo se ha convertido en una gran red donde todo está entrelazado. No hay feudos autosuficientes, ni aislados. Todo es interdependiente, de tal modo que lo que ocurre lejos tiene efectos en lo que está cerca, y lo que ocurre aquí tiene consecuencias en territorios lejanos. Vivimos plenamente en lo que McLuhan llamó the global village. La globalización tiene un enorme efecto sobre la vida de casi todos los seres humanos del planeta. La independencia y la dependencia de los Estados, de los pueblos, de las naciones, de las ciudades, de las comunidades industriales, de las regiones y de los sindicatos se transforman, para bien o para mal, a causa de la globalización.
Este nuevo paradigma parece, desgraciadamente, reemplazar la dictadura de las élites internacionales por la dictadura de las finanzas internacionales. Los Estados y las regiones son contrarias a abandonar su soberanía a los especuladores con el fin de sostener la competitividad económica de su territorio. El economista y profesor estadounidense Joseph Stiglitz explica que hay personas que son más ricas gracias a la globalización, pero son mucho más numerosas las que se han convertido en pobres. Cada vez más gente se siente impotente y desencantada con este sistema económico mundial, y se ve confrontada a fuerzas que escapan totalmente a su control. La complejidad del sistema que se desarrolla impide a los actores a comprender todas las variables que influyen en el mundo en el que viven. Los más ricos se convierten cada día en más ricos y, desgraciadamente, los más pobres cada vez se hunden más en la miseria. La democracia de los países está amenazada y la cultura de los pueblos también. La globalización, por el contrario, activa una conciencia social y ecológica planetaria que se desarrolla lentamente. Los ciudadanos comienzan a comprender y experimentar el poder de los medios de comunicación de masas.
La población exige, cada vez más, el derecho a saber y una mayor transparencia a las entidades industriales. El márquetin deberá ser más sutil, puesto que el consumo excesivo tiene un gran coste. Los mercados financieros serán cada vez menos abiertos, ya que un desarrollo exagerado de la misma industria en una región tiene un coste muy importante para toda la región. Los actores de la industria, para reducir el transporte, tendrán que tener en cuenta el sesgo de las economías de escala y producir más empleos. La sociedad en la que vivimos cultiva el sueño del consumo y de la producción en masa. La economía es el sujeto predilecto de los políticos. La cuestión moral no entra casi nunca en la cabeza del vendedor, salvo si el comprador es su hermano. El sistema económico y las finanzas son las nuevas bazas de nuestra sociedad, y parecen ser pura y simplemente una representación de la competitividad sexual entre los seres humanos. En otras palabras, es como un retorno a la ley de la jungla de forma indirecta.
La producción por la producción
Estamos instalados en un mito muy peligroso: la producción por la producción, la expansión por la expansión. Los jóvenes son instruidos para producir y hacerlo cada vez con mayor velocidad, pero no se los educa para pensar y, menos aún, para ejercer la crítica. El prestigio de una nación se mide por su ritmo de crecimiento más que por su aportación intelectual. Se mide más por su producto interior bruto que por el valor que aportan sus artistas, filósofos, maestros y compositores. Tampoco cuenta la armonía de vida que reina. Frente a todo ello, necesitamos urgentemente una educación del pensamiento crítico en todos los niveles y esferas de la sociedad, pero esto va directamente contra la lógica de la superproducción, los dos fundamentos del sistema neoliberal globalizado. Solo si garantizamos esta educación podemos construir una globalización con alma.
Frente a esto, necesitamos urgentemente una educación del pensamiento crítico

