Auctoritas
¿Es posible una educación no autoritaria? Asunto espinoso. Alguna contradicción parece inherente a una educación que quiera serlo en libertad, que no quiera caer en adoctrinamiento autoritario. Enunciado en modo paradoja: el adulto que desea educar al niño, al adolescente, como persona libre, a la vez que moral y responsable, ¿puede decirle “¡sé libre!”, “¡sé responsable!”? Si así se conmina, ¿no es ya educación autoritaria? Toda educación, aun la más liberal, parece comportar alguna pizca de autoritarismo. De cualquier contaminación autoritaria han pretendido limpiarse las pedagogías o antipedagogías, cuyos ideólogos se han inspirado en el pensamiento libertario. Así quería serlo la Escuela Moderna de Ferrer Guardia a comienzos del siglo xx en Barcelona; e igualmente, ya muy avanzado el siglo, la Escuela Popular de Celestin Freinet en Francia y la Escuela de Summerhill de Alexander Sutherland Neil en Inglaterra; esto sin olvidar al díscolo Iván Illich con su propuesta de una sociedad desescolarizada. En la actualidad no parece haber experiencias ni propuestas comparables a esas, pero de ellas ha quedado algo: favorecer el aprendizaje por interacción dentro de la propia comunidad de los educandos, atender a los intereses de estos, atribuirles decisiones de qué, cómo y cuándo aprender.
Lo que sobre todo debe quedar es una forma de autoridad magisterial, no como poder, sino al modo de la “auctoritas” romana, basada no en la coerción, sino en el respeto, la influencia y la legitimidad moral que tiene una persona, el maestro en este caso, por su mayor saber y experiencia. El modo gramatical imperativo al que el maestro a veces seguirá acudiendo servirá no o no tanto para mandatos y prohibiciones cuanto para recomendaciones, para exhortar en registro de persuasión.