Congresos católicos
Merece una larga cita la mala memoria del nuncio Tedeschini en la triunfalista inauguración del primer congreso de Acción Católica de 1929. Somos muy dados en nuestro país e iglesia a las primeras veces.
“Y con este espectáculo me complace la observación de que este es el primer Congreso Nacional Católico de España. ¿Cómo podrá resultar este congreso más grandioso en lo futuro, si hoy, con ser el primero, es tan grande? ¿Cómo será el segundo? ¿Cómo será el tercero? ¿Cómo será después de una larga serie? […] Por ser el primero, este será de alta resonancia, no solo en toda España, sino en toda América, donde hay veinte naciones hijas de España. Mi complacencia no está solo fundada en esta visión del reino de Cristo, en este espectáculo del primer Congreso Nacional Católico, sino en el espectáculo que me dais de vuestra fe. […] Faltaba a España una etiqueta, faltaba a España una forma nueva. Ha hablado el Papa. Hoy España está al frente de las naciones. El primer Congreso Católico Nacional de España es como un congreso que por vigésima vez se celebrase en otra nación, por el fervor de los que en él han tomado parte, por el número de los adheridos”.
Veinte no, pero reuniones bajo la etiqueta de Congreso Católico Nacional español hubo seis entre 1889 y 1902. Lo ignora el nuncio en su discurso. El primero se celebró en Madrid en 1889, impulsado por su obispo Ciriaco María Sancha y Hervás; el segundo en Zaragoza en 1891 por el suyo, Francisco de Paula Benavides Navarrete; el tercero en Sevilla en 1892 bajo Benito Sanz y Forés; el cuarto en Tarragona en 1894 siendo su primado Tomás Costa y Fornaguera, menos asociado a estas celebraciones, pero que tuvo que hacer frente al carlismo entre sus fieles a la vez que a las tendencias catalanistas de algunos miembros del clero; el quinto en Burgos en 1899 bajo el liderazgo de Gregorio María Aguirre García; y el sexto en Santiago de Compostela, siendo cardenal de la sede por aquel entonces José Martín de Herrera. Las crónicas de este último transmiten la sensación de cansancio y baja receptibilidad. Las divisiones entre los católicos seguían en un máximo de agudeza y de intensidad.
La meta de estas reuniones la señalaba el entonces papa León XIII al futuro cardenal Ciriaco María Sancha y Hervás, aún obispo de Madrid, en la carta que le dirigió en abril de 1889, con motivo del primero de estos congresos. Este documento pontificio ponía de relieve la importancia del “común sentir de los ánimos y de la unión de las voluntades”, que la jerarquía tenía la misión de mantener y promover con sus exhortaciones y con el ejercicio de su autoridad, para remover las causas de la división. Las discordias eran provocadas entonces por los diferentes criterios acerca de la colaboración de los católicos con un régimen inspirado en el liberalismo, después de la Restauración de 1876. Las divisiones se recrudecieron a partir de la muerte de Cándido Nocedal, representante del sector más intransigente precisamente en 1885. El episcopado, fiel a las directrices de la Santa Sede, apoyaba la intervención de los católicos en la vida pública y reprobaba la rigidez de aquellos que, en nombre de la fe, condenaban esta participación.
Una influencia religiosa
La Iglesia, a lo largo del siglo xix, no encontró fácilmente la manera adecuada de ejercer su influencia religiosa sobre el mundo moderno, transformado por la industrialización y la revolución. Los católicos se dividieron en la forma de concebir su relación con el mundo y en la forma de comportarse en la vida pública y en el problema social. Uno de los medios que surgieron en los diversos países para responder a estos problemas fue el de las reuniones de católicos. En Alemania, se organizaron los Katholikentage desde 1848 y se creó el Volksverein en 1890, de intención más directamente social. Los católicos belgas celebraron los congresos de Malinas desde 1863. En Italia, se intenta unificar las fuerzas católicas en la Opera dei Congressi desde 1874. Se trataba de articular el movimiento católico del que hablaremos.
Ponía de relieve la importancia del «común sentir de los ánimos
y de la unión de las voluntades»

