García Mazo
“La Religión cristiana es tan hermosa que no es posible dejar de amarla en llegando á conocerla bien. La experiencia de cuarenta años me ha hecho ver constantemente esta verdad. Siempre procuré explicarla”.
Podría ser una confesión personal, pero lo es del escritor religioso Santiago José García Mazo, que añade: “Y siempre vi que se amaba según se conocía, y que se practicaba según se amaba; así como también vi que tanto más se desobedecía y profanaba, cuanto más se ignoraba y desconocía”. Esto decía a caballo entre finales del siglo XVIII y primer tercio del siglo XIX. Y es que entonces como ahora “lo que más encadena a un discípulo a su maestro, lo que más le hace cobrar afición a lo que este le enseña, es sentir el calor de la pasión por la enseñanza, del heroico furor del magisterio. Cuando el que aprende siente que quien le enseña lo hace por algo más que por pasar el tiempo, por cobrar su emolumento, o por lo que llamamos cumplir el deber, y no suele pasar de hacer que se hace, entonces es cuando aquel se aficiona a lo que se le enseña”. Esta declaración de Unamuno en su Arabesco pedagógico vale para el Catecismo de Santiago José García Mazo publicado por primera vez en 1837 y que para él fue un texto vivo a partir de 1870.
Miguel de Unamuno fue un niño contemplativo, callado, de salud algo frágil y profundamente piadoso. En su adolescencia se desvela como un voraz lector y su experiencia como educando se refleja sobre todo en Recuerdos de niñez y mocedad. Allí se presenta como un auténtico sufridor de los métodos de enseñanza, de una disciplina escolar triste y ramplona y le resultaba siempre más interesante lo que había fuera de las aulas. En 1880, con dieciséis años, se traslada a Madrid a cursar sus estudios universitarios en Filosofía y Letras. Vive en estos años un profundo cambio en sus convicciones: pasará de una fe cuasi mística y una cumplidora práctica religiosa a abrazar posturas intelectualistas y positivistas. Son estos los inicios de uno de los problemas centrales de la filosofía unamuniana: el conflicto entre fe y razón. Había tenido Unamuno tres cauces de formación religiosa sobre los que llama la atención Antonio Heredia. Jaime Balmes y Urpiá, el Catecismo de García Mazo y su paso por los Luises.
Del segundo encuentra ecos, casi literales, en sus obras mayores. Empezando por el Crucificado que aparece al frente de las sucesivas ediciones del catecismo (cf. www.e-sm.net/217059-01). El Catecismo de Santiago José García Mazo, conocido también en los países vecinos Francia y Portugal, fue a su vez recomendado por varias comisiones de instrucción pública, y el Gobierno de España, por Real Orden de 1850, le señala como libro de texto para la enseñanza. Para Unamuno, una pedagogía que solo atiende a los procedimientos, las fórmulas y las recetas, acaba destruyendo el alma infantil. Insiste entonces en la idea de la importancia del amor en la vida y, por tanto, en la educación. De ahí que al final de la novela, Apolodoro en Amor y pedagogía (1902) reproche a su maestro: “¿Para qué quiero la ciencia si no me hace feliz?”.
De los primeros escritores eclesiásticos
La respuesta de Unamuno es una educación como la definida en la carta a su amigo Timoteo Orbe: “El fin de la ciencia y la instrucción es doble; de un lado mejorar el bienestar económico, hacer más llevadera la vida, amenguar el hambre, y de otro elevar el espíritu, dar un ideal y un motivo de vivir al individuo”. ¿Pudo conseguir este motivo un catecismo decimonónico? Parece que sí, de su autor dirá el jesuita Ángel María de Arcos al presentar en 1929 una nueva edición, que “está contado ya entre los sabios: su Historia para leer el cristiano desde la niñez hasta la vejez, en que supo conciliar la concisión con la verdad y la exactitud al exponer la historia de la Religión […], su Diario de la piedad, en que compiló con acierto […] la dirección de las almas san Francisco de Sales, y el presente Catecismo, lo han elevado a la esfera de uno de los primeros escritores eclesiásticos de nuestro siglo”. ¿Qué catecismo para nuestros alumnos?
Insiste en la idea de la importancia del amor en la vida y, por tanto, en la educación

