En el saludo a los participantes en el congreso de “La Iglesia en la educación”, el papa Francisco subrayó que “lo propio de la educación católica, en todos los ámbitos, es la verdadera humanización, que brota de la fe y que genera cultura”. En nuestras sociedades, en las que los cambios se suceden ininterrumpidamente y en las que innovaciones tecnológicas están transformando y modificando las fronteras de nuestra comprensión de la vida, de las relaciones, del conocimiento y del futuro, se hace urgente, desde la misión educativa de la Iglesia, relanzar, en los lenguajes propios de la escuela, un humanismo que comprenda, defienda, promueva y planifique la vida de cada ser humano. Sin duda, como afirmó en su momento el Concilio Vaticano II (cf. Gaudium et spes 35), la ciencia y la técnica, puestas al servicio de la persona humana y de sus derechos fundamentales, contribuyen al bien integral del ser humano. No es fácil la tarea. Abrir desde el diálogo con las ciencias, en un contexto de globalización en el que se multiplican las interacciones culturales, el espacio de un horizonte humanístico de raíz cristiana va a exigir nuevos enfoques, aún por definir, en nuestras escuelas y en nuestras facultades de teología. Esta necesidad de humanizar la tecnología y el desarrollo, y la educación, no sería urgente si no fuesen perceptibles las consecuencias que en términos de exclusión, desigualdad y vulneración de la dignidad humana genera este modelo de progreso.
Cierro volviendo de nuevo a las recientes palabras de Francisco, que apuntan a un camino escolar para este renovado humanismo: “Sed sensibles a las nuevas exclusiones que genera la cultura del descarte. Y no perdáis nunca de vista que la generación de relaciones de justicia entre los pueblos, la capacidad de solidaridad con los necesitados y el cuidado de la casa común pasarán por el corazón, la mente y las manos de quienes hoy son educandos”.
Un horizonte humanístico de raíz cristiana va a exigir nuevos enfoques, aún por definir, en nuestras escuelas