Educación religiosa en las escuelas de América Latina
SM-PPC acaba de publicar La educación religiosa escolar (ERE) en América Latina, escrita por Rodrigo Martínez. Esta obra, que está acompañada por un detallado mapa de la región, marca un hito en el estudio comparado de la enseñanza religiosa escolar en América Latina y proporciona un marco de referencia sobre el que asentar futuros proyectos.
Como europeo, se suscitan en mí dos reacciones contrapuestas cuando entro en relación con América Latina. Por un lado, un sentimiento de lejanía, casi de alteridad frente a una realidad continental situada geográficamente a miles de kilómetros de nuestras costas europeas y, sobre todo, históricamente diversa, dado el perfil tan desemejante de las raíces milenarias de las culturas originarias de estos dos continentes. Pero, por el contrario, me asalta también un sentimiento de instintiva y espontánea proximidad por los innegables factores de continuidad cultural y hasta de afinidad lingüística, que, más allá de las conocidos y atormentados sucesos colonialistas del pasado, hoy permiten que América Latina y Europa se relacionen en paz y con vivaz interés y beneficio mutuo.
Como católico, cuando pienso en América Latina, no pueden dejar de venirme a la mente nombres de testigos y de profetas como los de Óscar Romero, Ignacio Ellacuría y sus compañeros mártires, de Hélder Câmara y de Pedro Casaldáliga. Pienso en figuras familiares como las de Gustavo Gutiérrez y de Leonardo Boff, padres de la teología de la liberación, y la de Paulo Freire y de sus epígonos de la “educación liberadora”. Pienso en la inmensa red de escuelas y universidades católicas (de las cuales he conocido algunas en los cinco viajes que he tenido ocasión de hacer a ese continente, desde Ciudad de México hasta Lima y Curitiba, desde Manaos hasta Santiago de Chile), universidades y escuelas que están formando el tejido de aquellas comunidades cristianas que, estadísticamente hablando, representan hoy el cuarenta por ciento de la catolicidad mundial (contra solamente el veintidós por ciento de Europa). Y pienso en aquel gran acontecimiento eclesial que fue el reciente Sínodo sobre la Amazonia y en aquel mítico finis terrae o “fin del mundo” desde el cual ha venido Francisco, obispo de Roma.
Como investigador interesado en la evolución de la enseñanza escolar de la Religión en mi país (Italia) y en Europa, no puedo sino apreciar vivamente esta iniciativa editorial y agradezco al autor del mapa por habernos ofrecido con él un instrumento ágil e idóneo para captar de forma panorámica dónde, cómo y por qué funciona (y a veces no funciona) la enseñanza de Religión en las escuelas de América Latina.
He comenzado a leer este mapa a partir de sus conclusiones. Y no me he equivocado, porque he encontrado de inmediato la clave para poder leer y contextualizar la documentación relativa a los distintos países. Partiendo de la tipología de los cinco modelos de enseñanza en materia de Religión, he percibido de inmediato las importantes variantes que pueden darse no solamente entre un país y otro, sino a menudo también dentro del mismo sistema educativo nacional. He podido entrever como en filigrana las razones históricas y jurídicas que permiten que una decena de países defienda el carácter plenamente curricular, por lo menos opcional, de la enseñanza de Religión, sea de naturaleza confesional, multiconfesional o transconfesional; y, por el contrario, las razones que impiden que otra decena de países aproveche esta oportunidad. La densa red de escuelas confesionales (católicas y no católicas) integradas en los sistemas nacionales indica sociedades civiles y gobiernos que poseen un sentido maduro de laicidad positiva, capaz de componer en sinergia, sin ostracismos recíprocos, el derecho público con el privado, la educación multicultural y multiconfesional con la identitaria católica (o protestante), el universo de los saberes escolares profanos con el universo de las experiencias religiosas y de las correspondientes ciencias.
Verdad es que de este primer mapa esquemático no se puede pretender una información más precisa sobre los contenidos culturales efectivos de los varios diseños curriculares relativos a la Religión, a las confesiones cristianas, a las religiones nativas de los pueblos indígenas del continente. No obstante, sería interesante identificar qué parte y qué peso tienen en esos programas las visiones originarias propias de las muchas culturas indígenas mesoamericanas y andinas, como, por ejemplo, la cultura mapuche en Chile, o la cultura aimara en Bolivia, o la quecha en Perú, o la guaraní en Brasil, pudiendo continuar con los ejemplos. En efecto, es evidente que un diálogo fecundo entre el sustrato permanente de las religiones tradicionales y la novedad del cristianismo no puede ser mero objeto de investigaciones académicas o de simposios internacionales de expertos, sino que debe comenzar a tejerse a partir de las aulas escolares y universitarias.
Efectivamente, se trata de patrimonios étnico-culturales de una riqueza incomparable de simbolismos, ritualidades y sabiduría ética y ecológica que la misma evangelización no puede permitirse archivar en el anonimato de una prehistoria genéricamente declarada como “precristiana o precolombina”. A todo aquello que han vivido originariamente los pueblos debe reconocérsele un espesor antropológico (una verdadera impronta) de valores, de imágenes, de éticas, que se perpetúa a lo largo de las generaciones y del cual ninguna generación, ni siquiera la globalizada actual, merece ser expropiada.
A todo aquello que han vivido originariamente los pueblos
debe reconocérsele un espesor antropológico (una verdadera impronta)
Proceso de inculturación
Justamente en los últimos cuarenta a cincuenta años, digamos, de Medellín y Puebla en adelante, las comunidades cristianas han cambiado de registro pastoral: no se trata de convertir las culturas indígenas para adaptarlas al rostro de las Iglesias europeas, sino de evangelizar dentro de las culturas, de “inculturar” el Evangelio en la perspectiva de dar origen a una Iglesia con un rostro indígena. Vista hoy desde la vertiente católica, esta estrategia (que, como sabemos, sufre últimamente una llamativa declinación numérica en algunas áreas del continente) podría resultar ganadora también frente al preocupante desafío del fuerte activismo de las Iglesias evangélicas y pentecostales o del renaciente sectarismo populista.
Se plantea entonces de forma espontánea una pregunta de los lectores frente a este bello panorama de los datos administrativos y organizativos de la enseñanza de la Religión latinoamericana: si, más allá de estos datos, abrimos los programas oficiales de Religión para la escuela primaria y secundaria y hojeamos los correspondientes textos de enseñanza, si leemos los currículos de formación académica de los futuros docentes, ¿podremos notar verdaderamente la incidencia inspiradora de la teología de la liberación, la fuerza vertebradora de la pedagogía liberadora, el hálito profético de documentos eclesiales como los de Medellín, de Aparecida o de Querida Amazonia? ¿Hasta qué punto podremos notarla?
Es cierto: también en América Latina, como en la vieja Europa, se ha abierto camino casi por todas partes la distinción entre enseñanza religiosa escolar y catequesis. Pero, con el peligro (evidente, por lo menos, en Europa) de caer en un malentendido muy burdo y engañoso: el de atribuir a la sola catequesis la fuerza profética del anuncio misionero y el de desclasar la enseñanza cultural o aconfesional de la Religión como mera información objetiva, éticamente neutral, evangélicamente descomprometida. Por el contrario, una correcta teología de la laicidad (e, indudablemente, América Latina es maestra en ese campo) nos ha enseñado que dentro de la plena vocación del cristiano se encuentra no solamente el anuncio directo del Evangelio en el contexto familiar y parroquial (y ha sido el clásico papel histórico de la cristianización, típico de la civilización occidental postridentina), sino que, para todo cristiano, es igualmente digno y urgente saber invertir su propia fe a través del compromiso en lo social, en lo cultural, en lo político, en lo educativo, y es precisamente este el papel primario del proceso de humanización, sin el cual o fuera del cual la predicación de la fe correría el riesgo de resultar, una vez más, un “opio de los pueblos” proselitista y consolador, es decir, de ser reducida a la condición de un instrumento moral para subyugar la frágil conciencia de las minorías culturales.
Es igualmente digno y urgente saber invertir su propia fe a través del compromiso en lo social,
en lo cultural, en lo político, en lo educativo
Un marco de referencia
Este valioso mapa podría ser el origen de ulteriores y deseables iniciativas editoriales. Puede dar origen, por ejemplo, a la idea de un futuro “dibujo histórico de la enseñanza de la Religión latinoamericana”, en analogía y en paralelo con la historia de la catequesis o de la evangelización del continente, obras que ya existen desde hace tiempo y a las que se puede acceder fácilmente también en las bibliotecas europeas. En efecto, no es irrelevante que, dentro del continente (favorecido, entre otras cosas, por el uso transnacional de solamente dos lenguas vehiculares, a diferencia de las más de veinte lenguas de la Unión Europea), llegue a crearse una visión continental compartida en torno al grave problema educativo de la enseñanza religiosa para millones de jóvenes. Una síntesis histórica semejante podría facilitar también un oportuno análisis comparativo de la evolución de los sistemas educativos europeos y latinoamericanos, con los respectivos escenarios que se proyectan para el futuro inmediato de la escuela de uno y otro lado del Atlántico.