Judicialización de la educación
Donde se analiza la calidad de la alianza educativa entre el adulto familia y el adulto escuela.
El acontecimiento que da pie a estas reflexiones es muy sencillo y elocuente. Un determinado alumno (¿no será de Secundaria Obligatoria?) comete una falta grave, o bien con otras personas, o bien de deterioro de las instalaciones. El colegio aplica una medida correctora que es comunicada a los padres. Y la reacción no se hace esperar. Aceptan que el hijo o hija haya actuado mal, pero preguntan al colegio: si se ha investigado bien, si están sancionados todos los que actuaron mal, si había suficiente vigilancia, si el colegio había comunicado cuáles eran las normas de conducta, si las instalaciones estaban en las condiciones óptimas, si en todos los casos se actuó con la misma medida e, incluso, si no se tendría que haber llevado al Consejo Escolar. Y todo este proceso es caldo de cultivo de ese medio de (in)comunicación llamado WhatsApp. Estoy seguro de que esta descripción no es un invento (desgraciadamente).
Esta tendencia en la reacción de determinadas familias frente a actuaciones rigurosas de la escuela está desarrollando una tendencia entre profesores y educadores: definamos reglamentos, establezcamos protocolos, dejemos constancia escrita de todo el proceso con el (¿único?) fin de que cada uno quede a salvo de posibles reclamaciones que puedan dejar en evidencia que no se actuó correctamente. Mucho papel. Y, mientras tanto, el alumno contemplando este tira y afloja. Cuando los miembros de una organización actúan más por defender lo correcto de su actuación que focalizados en el objetivo de su tarea, significa que está muy enferma. Pareciera que de lo que se trata es de mantener incólume la posición.
A todo este conjunto de maneras de actuar que se ha introducido en el mundo educativo lo llamo yo “judicialización de la educación”. La razón profunda de toda esta tendencia está en uno de los dramas que vivimos en la sociedad: la ruptura de la alianza entre el adulto familia y el adulto escuela. Entre medio de ambos adultos, se ha introducido una infantolatría galopante que no soporta el menor quiebro en la protección del hijo y, mucho menos, lo que estas medidas correctivas puedan producir de sufrimiento o de menoscabo de su fama. A la base de esta ruptura se sitúa otra característica de nuestra cultura: la debilitación de todo lo que suponga una cierta firmeza, límite o exigencia. Una desaparición del adulto. Curiosamente, cuando aparece algún problema que produce alarma social, inmediatamente se acude a la escuela. Pero cuando esta toma posturas y medidas de una cierta contundencia, entonces hay que judicializarlas. Mientras tanto, el alumno capta mensajes demoledores. El primero de ellos es que la maldad puede tener atenuantes y que, incluso, esa maldad es negociable. Si no había buena vigilancia, entonces hay una cierta justificación de la actuación, como si la ausencia de policía fuera eximente. La segunda es que tiene la posibilidad de manejar a los adultos por separado. El cóctel de ambas consecuencias es explosivo: un relativismo de valores y conductas. Se ha quebrado el “pacto generacional” base de la educación. Hay un adulto que abandona su “gene- ración” para situarse en la perspectiva de la siguiente. Un padre que asume como única perspectiva la del educando frente a la posición del otro adulto educador.
Somos nosotros, sin complejos,
los que entendemos de los procesos educativos
Empoderamiento del adulto escuela
Creo que nuestra reacción como responsables de la escuela es excesivamente tibia. Necesitamos empoderarnos y hacer oír mucho más nuestra voz en un escenario en el que todo el mundo sabe y entiende educación y se atreve, con frivolidad a veces insultante, a dictar cómo debemos hacer nuestro trabajo. Parte de la responsabilidad es nuestra. Dudo que en otros ámbitos profesionales se permitieran semejantes derivas. Somos nosotros, sin complejos, los que entendemos de los procesos educativos en el ámbito escolar. Precisamente por eso, a pesar de todas estas circunstancias, somos capaces de desarrollar nuestra profesionalidad vocacionada en el día con nuestros alumnos, únicos merece- dores de nuestros desvelos.