Anatomía 3: labios
“Domine, labia mea aperies”: el orante del oficio divino comienza por pedir que se le abran los labios para invocar piadosamente. Estos han de ser abiertos para cumplir sus funciones, que son de contacto y no pasivo con el exterior. Hay muchas clases de labios: fruncidos de disgusto, entreabiertos para rezar en voz baja y para sonreír, o casi descoyuntados para carcajearse en risa franca. Hay boquitas pintadas, algunas provocadoras, insinuantes, que no merecen que se les haga caso. Función noble de los labios es la de besar y besarse. El bebé tiene su más imprescindible contacto con la realidad al chupar con sus labios los pechos de mamá y extraer su leche; también al ser besado por mamá y por otros, besos estos no menos necesarios para sentirse aceptado y valorado.
La censura cinematográfica cortaba los besos apasionados con que a menudo terminaban películas románticas (obligado recordar Cinema Paradiso). Besos de esa clase, junto con abrazos, son hitos en el itinerario de un amor correspondido. Hay otros tipos de besos entre adultos, algunos de simple protocolo y cortesía en las mejillas. Más allá de lo cortés, con genuino afecto, los hay entre amigos cercanos. Son muy intensos, de bendición sin palabras, los del padre o la madre, abuelo o abuela, sobre la frente de un niño o un joven. Hay besos falsos e incluso traicioneros: el de Judas. Los hay de arrepentimiento: los de Magdalena a los pies de Jesús; y de piedad: al crucifijo, a un objeto sagrado o querido. Se nos enseña a comer. También hace falta enseñar a besar y a ser besado (debería formar parte del currículo de Primaria) y aprenderlo y practicarlo. Acabemos con un par de apotegmas: “Se recarga el ánimo a través de los labios”; “dime a quién y cómo besas, por qué besas, y te diré quién eres”.