Anatomía 9: la piel
“Nada hay más profundo que la piel”, escribe Paul Valéry en La idea fija. La piel es la sede del contacto corporal y del sentido del tacto, de la sensibilidad más extendida. De los cinco sentidos externos, el tacto es el único sin el cual no podríamos vivir. Se puede vivir sin ver, sin oír, y no pocos viven y se manejan así; pero no es posible manejarse en anestesia. No solo para la vida y la convivencia, también para el amor y el afecto cuenta muchísimo el tacto. Nos comunicamos (y enamoramos) por la vista, la escucha, el olfato, pero sobre todo por el tacto. Es por la piel que, ya desde bebés, acariciamos y somos acariciados.
La piel cuenta mucho en la apariencia física. Con los años, deja de tener la tersura de la infancia. Por mucho que se diga que la arruga es bella y también en los mayores, no pocas personas se aplican tratamientos de protección y restauración de la piel. Y por la piel, más algunos rasgos faciales, suele discriminarse a grupos étnicos. En los años sesenta, grupos de veinteañeros, los de “Up with people” (‘Viva la gente’), iban cantando por el mundo, y no solo en los templos, esta letrilla: “¿De qué color es la piel de Dios? Dije negra, amarilla, roja y blanca es / todos son iguales a los ojos de Dios”.
Uno mismo, en ocurrencia (no diré pecado) de juventud, ha escrito hace ya años con seudónimo esta moralizante exhortación: “No importa si eres chica o chico, si eres negro o blanco, si entiendes bien mi lengua y yo la tuya. / No importa de dónde vienes o dónde has nacido. / No importa si tus padres vivían ya aquí. / Nada de eso importa. / Porque de las diferencias no haremos discriminaciones. / Porque las diferencias nos enriquecen. / Porque estamos llamados a vivir juntos y vamos a entendernos. / Trae acá esa mano. / Nos entenderemos”.