El papel de los contenidos
Donde se aborda la pregunta por el sentido y la función de los contenidos en la práctica didáctica en general y en el caso particular de la ERE
En más de una ocasión, se oye esa expresión tan característica de algunos profesores ante el discurrir del calendario escolar cuando exclaman “¡no llego!”. El profesor que se lamenta de ese modo, en general, está manifestando que no consigue llegar a cumplir todo el programa de contenidos que se había propuesto. Del mismo modo, cuando se afirma que los alumnos “saben menos”, solemos incidir en la misma perspectiva: tienen menos conocimientos, parece, que en otras épocas. Sería bueno que nos preguntáramos por el sentido y valor en sí mismo de los contenidos.
Lo primero que se debe afirmar es que los contenidos no son un fin en sí mismo, sino un instrumento, por no decir “el” instrumento, para alcanzar la gran y última finalidad de la educación: proporcionar a nuestros alumnos los medios necesarios para que puedan relacionarse de la mejor manera posible consigo mismos, con los demás seres humanos y con la naturaleza. Es decir, para que ocupen su lugar en el mundo de una manera proactiva y autónoma. Enseñamos biología para que vayan conociendo su propio cuerpo y toda la vida que los rodea, al mismo tiempo que pretendemos que, en esa relación con la vida, pongan en juego determinados valores. Enseñamos geografía e historia para que sean capaces de comprender el mundo actual a partir del pasado y para que sean capaces de poner en juego determinados valores en sus múltiples relaciones con otras personas, pueblos y culturas, al tiempo que se comprometen con el mundo que les ha tocado vivir. Es imposible separar contenidos conceptuales de los elementos valóricos.
A esta primera visión del valor y sentido de los contenidos, se le puede añadir otra que la complementa de manera armoniosa. Desde una perspectiva marcada por la educación integral, decimos que nuestra misión consiste en desarrollar de manera armónica todas las diferentes dimensiones de la persona (comunicativa, relacional, interior, ética, estética, etc.). Si esto es así, cada una de las iniciativas educativas deberá plantearse cuáles son las dimensiones personales que queremos educar. Concretando, cada una de las diferentes áreas o asignaturas “apunta” de manera preferente, aunque no exclusiva, a una determinada dimensión.
Los contenidos que seleccionamos para nuestras sesiones didácticas proceden de personas que desarrollaron profundamente una determinada dimensión hasta que aquello que produjeron se convirtió en “cultura”. Hasta tal punto Kant desarrolló su dimensión racional en busca del sentido de la vida humana que su aportación se ha convertido en elemento cultural que, hoy, volvemos a utilizar para que nosotros podamos en esa misma dimensión racional de búsqueda de sentido. Estamos ante un círculo virtuoso que solo los buenos profesores han llegado a contemplar cuando han experimentado, por ejemplo, que un cuadro de Munch ha despertado en algún alumno un profundo deseo de expresar su propio momento interior por medio de la expresión plástica. Los contenidos son profundos productos culturales del pasado capaces de resonar en las circunstancias del presente. Así, cumplimos aquello de situarnos como enanos a hombros de gigantes.
¿Cuál es la dimensión específica?
Los contenidos ni están aislados de la vida que les dio origen ni se deben regir por una interpretación escolástica y endogámica de los mismos. Esta perspectiva es extraordinariamente fecunda para la ERE. Resultará entonces que no tendrá mucho sentido presentar una síntesis ordenada de la fe basada en los tratados de la teología, sino más bien preguntarnos cuál es la dimensión específica, entre otras varias, que nos corresponde educar e ir buscando las mejores producciones de la vivencia cristiana de esa dimensión en el pasado para ofrecérsela a nuestros alumnos, para que ellos mismos puedan también avanzar la vivencia cristiana de esa dimensión.
Los contenidos no son un fin en sí mismo, sino un instrumento, por no decir el instrumento