Enseñar a mirar el mundo
Profundizando en el reto de “qué enseñar” en las actuales circunstancias sociales, culturales e incluso geopolíticas
El “qué” enseñar suele ser la primera de las preguntas que nos planteamos a la hora de concretar nuestras secuencias didácticas. Considero que estamos asistiendo a cambios muy relevantes en el entorno cercano y lejano que nos rodea. No pretendo ofrecer un análisis exhaustivo, pero sí compartir algunas constataciones que me parecen evidentes. La primera de ellas, por ejemplo, es la alianza que se está produciendo entre tecnología, economía y política. Que la estrecha alianza entre tecnología y economía es un hecho de envergadura gigantesca lo sabíamos ya. En efecto, el sistema económico ha abrazado la economía convirtiéndose en un capitalismo de vigilancia que va configurando poco a poco la vida de las personas hasta convertirlas en consumidores por iniciativa propia sin necesidad de ser provocado a ello. Es la libertad personal manejada desde el perfil de consumidor la que queda dirigida al servicio del sistema. No hay peor esclavo que el que no sabe que lo es. Y en esa situación estamos. A esta alianza ya analizada y criticada desde hace tiempo, se añade una tercera realidad para constituir una especie de “Santísima Trinidad”: la política. Así, la tecnología, los intereses del sistema y la manipulación política se confabulan para terminar de configurar nuestros comportamientos falsamente libres. Ahí tenemos a Musk, Trump y la extrema derecha con la incorporación entusiasta de Zuckerberg. Y todo en nombre de más libertad. Hay que eliminar los controles de veracidad para que fluya la libertad de expresión.
Traigo a colación este reciente fenómeno no tanto para profundizar en su análisis sino para llamar la atención sobre las transformaciones que se están produciendo en nuestro mundo. Mi intención no es otra que la de llamar atención sobre una de nuestras responsabilidades radicales como educadores: es urgente que proporcionemos herramientas críticas y fundamentadas a nuestros alumnos para que puedan desenvolverse en el mundo que les corresponde vivir. Tengo para mí que ese el papel fundamental de los contenidos, de eso que queremos enseñar. Siempre he sido un ferviente defensor de los contenidos frente a ciertas tendencias de activismo superficial en la escuela. Siempre ha sido muy difícil tener criterio para caminar en la verdad, pero hoy ese ideal se me antoja todavía mucho más difícil. El objetivo de la escuela no consiste tanto en juzgar el mundo sino en dotar a los alumnos de los instrumentos y criterios básicos y sólidos para que adquieran ellos mismos el hábito de enfrentarse a la comprensión más inteligente posible del mundo que los rodea. Para eso deben aprender y saber mucho, para distinguir la ciencia de la pseudociencia, la auténtica espiritualidad y religión de las manipulaciones de las creencias, la interpretación histórica rigurosa de las manipulaciones interesadas e ideologizadas del pasado, las grandes épicas de la humanidad de la pornografía de la vida privada en cualquier programa de televisión o de manifestación en las redes sociales, el rigor de la razón de las opiniones personales estúpidas, el auténtico cuidado del cuerpo de los hábitos pretendidamente milagrosos, etc.
Propongo que los responsables de cada una de las áreas del currículo se planteen muy seria y rigurosamente cuáles son las grandes amenazas que acechan a la verdad de su ámbito específico. En mi caso, como profesor de Filosofía y de Religión en Bachillerato, me debo enfrentar a un debilitamiento progresivo del rigor y de la fuerza de la razón por un lado y a un aumento considerable de creencias espirituales no solo baratas sino contraproducentes por baratas e interesadas. No es fácil, entre otras cosas además, porque corremos el peligro de no mostrar con suficiente claridad a nuestros alumnos que los contenidos que les proponemos aprender no son elementos estáticos alejados de la vida, sino una mediación por medio de la cual podrán habérselas con el mundo que les toca u les tocará vivir. Este objetivo no solo exige elegir bien “qué” queremos enseñar, sino “cómo” lo hacemos y “cómo” lo evaluamos.
Este objetivo no solo exige elegir bien “qué” queremos enseñar, sino “cómo” lo hacemos

 
											
