¿Otro triunfo de la bipolaridad?
Donde se llama la atención sobre el peligro de que el ámbito educativo se vea, también él, invadido por la bipolaridad corrosiva y paralizante que nos acecha.
Sigo desde hace tiempo las diferentes manifestaciones que van surgiendo aquí y allá en forma de libro, de artículo o de manifiesto de profesores e intelectuales contra lo que se ha dado en llamar las “nueva educación”. El espacio de este artículo no me permite dejar constancias de estas, pero creo que todos sabemos cuáles son las grandes líneas de esta postura: una fuerte reivindicación de los contenidos y, sobre todo, del carácter básicamente transmisor de la escuela. Las críticas que acumulan tienen fundamento. En algunas de las propuestas de esa pretendida nueva escuela encontramos opiniones educativas o, lo que es peor, recomendaciones y orientaciones casi prescriptivas. Se han dicho y se dicen muchas banalidades, lo que ha llevado a poner en juego modelos educativos empobrecedores. Yo mismo he sido y soy muy crítico frente a propuestas de innovación focalizadas en las modas.
Como siempre, el riesgo no reside en detectar una determinada problemática. El problema no está en el problema sino en el modo de afrontarlo. Hay títulos de esta tendencia que, por sí solos, constituyen toda una declaración de principios: Contra la nueva educación. Escribir “contra” nunca me ha parecido inteligente. Ir contra algo solo puede ser una consecuencia, nunca un objetivo. El objetivo consiste en describir con rigor y profundidad una concepción profunda de la educación y extraer de ella propuestas válidas que, como tales, se manifestarán como arietes contra otras malas prácticas. Si no es así, estamos poniendo en pie una nefasta realidad: los bandos enfrentados en bipolaridad. A partir de ese momento, los diálogos sobre educación ya no buscan la verdad que emerge del diálogo libre y profundo, sino que solo están encaminados a saber en qué bando estás y, a partir de ese momento, una vez has sido encasillado, toda búsqueda sincera murió. Me aterra que también en educación caigamos en este inmenso error.
Siempre he defendido que de los laberintos se sale por arriba. Es necesario elevarse, ir a los orígenes, no solo temporales sino sobre todo originarios, es decir, no solo a los orígenes de la escuela en el pasado, sino al origen del hecho educativo en la propia dinámica humana. Mi propuesta siempre ha sido la misma: como dice nuestro añorado Lluis Duch, de toda antropología emana una pedagogía. El problema es que hemos desligado a la pedagogía de su fuente antropológica, para hablar nada más y nada menos que de una pedagogía inspirada en la neurociencia (no invento, es literal lo que escribo). José Antonio Marina ya lamentó la falta de consenso antropológico, pero por lo menos él se ha arriesgado a proponer un modelo de comprensión del ser humano. Otros como Gregorio Luri se lamentan de la ausencia de una antropología compartida en las sociedades abiertas en las que vivimos frente a las cerradas que se dieron el pasado, pero ahí se queda. Porque si esto es así lo coherente intelectualmente sería o proponer volver a esas sociedades cerradas o tener la valentía y el rigor intelectual de proponer una antropología capaz de situarse con fecundidad en la sociedad abierta. Hay que mojarse y ser coherente con el guion que estableces de tu propio pensamiento. Es demasiado fácil acumular argumentos desde un bando u otro en busca de la captatio benevolientiae de los militantes de mi propio bando, pero por ese camino no vamos a reconstruir ningún proyecto educativo que dé respuesta a los retos del presente. De ahí la importancia de elegir bien a quién queremos escuchar, qué palabra de los pretendidos expertos consideramos que nos va a conducir a la necesaria recreación de la misión educativa en unos tiempos que se van complicando a marchas forzadas. Si alguien piensa, por ejemplo, que el modelo competencial relativiza los contenidos, es que no se ha enterado de nada. ¿No será mejor sentarnos juntos para considerar que el modelo competencial, como el aprendizaje constructivista, es eso, un instrumento, al servicio de una visión más profunda de la educación? No, por favor, bandos en educación no.
He defendido que de los laberintos se sale por arriba. Es necesario elevarse, ir a los orígenes

